Engaño y seducción.

Brenda Joyce.

Sinopsis: Cuando la seducción se transforma en traición… Dominic Paget, conde de Bedford, haría cualquier cosa por seguir espiando a los enemigos de Gran Bretaña. Gravemente herido, quedó al cuidado de una hermosa joven, Julianne Greystone, pero descubrió que ella simpatizaba con el enemigo. Aun así no pudo evitar seducir a la mujer que le había salvado la vida con la esperanza de que ella nunca supiera de su traición.

Y la traición se vuelve amor… Julianne quedó cautivada por el desconocido herido al que creía un héroe revolucionario. Hasta que descubrió la verdad… Su héroe era el privilegiado conde de Bedford. Devastada y decidida a olvidarse de él, Julianne viajó a Londres. Pero cuando se vio en peligro, fue Bedford quien acudió en su ayuda. Julianne debía manejar las intrigas de una ciudad peligrosa, los anhelos salvajes de su propio corazón y la explosión de su pasión…

Para ser sincera —sí, ya sé que siempre lo soy, pero cuando empiezo una frase con un «para ser sincera» es que voy a ser mala, así que aviso—, me costó las muelas acabar esta novela. Normalmente, un libro del tamaño de este me habría llevado un par de días, pero tardé más de una semana en conseguir acabarlo y cada intento fue una auténtica tortura. Supongo que es lo de siempre: hay un libro para cada persona, y este no era ni de lejos el libro para mí.

Para empezar, por el estilo de la autora, que me dio cien patadas desde la mismísima primera página. Y soy bastante ecléctica en cuestión de estilos, de verdad, y me precio de leer de todo. Pero es que hay ciertos rasgos que me sacan de mis casillas y me hacen bostezar, y esta mujer tiene el que considero el peor de todos: las descripciones exhaustivas y detalladas sin ningún adorno o recurso estilístico. Hay pocas cosas que me parezcan tan aburridas y tan infantiles en una narración. De hecho, creo que no hay nada que me horrorice tanto como eso. A la mitad de la descripción de una habitación, tengo ganas de bostezar y si, después de eso, me cuentan cómo van vestidos los personajes, ya termino por querer cortarme las venas con una patata frita. Sabéis a lo que me refiero, ¿no? Esas descripciones en plan: «Había un sofá rojo tapizado en terciopelo debajo de la ventana. Una estantería junto a la puerta. Una mesa grande frente a la pared de la izquierda. Encima de la mesa había un libro, dos papeles, un tintero y un pequeño abrecartas… El hombre estaba vestido con chaqueta negra, chaleco blanco, corbata azul y una flor amarilla en el ojal…».

Pues así. Todo el tiempo. Y os juro que cuando eso pasa, a la segunda línea noto como empiezan a cerrárseme los párpados. A partir de ahí, cualquier cosa que venga después tiene que ser genial para volver a meterme en la lectura.

Y si, encima, a ese vicio le añades el de la invasión de gerundios —otro rasgo estilístico que aburre hasta la desesperación y contra el que te advierten hasta los profesores de literatura en el instituto—, apaga y vámonos.

Y quizá —y subrayo el quizá— podría haber obviado todo esto si los personajes o la historia me hubieran enganchado muchísimo. Pero es que ni eso. La historia no está mal, tiene su punto más o menos original, pero es que ellos… Oh, por los dioses los aborrezco a los dos.

Julianne me parece ciega, estúpida e incapaz de ver más allá de sus propias narices. Vale, habrá a quien le guste y diga que es idealista e inocente, y hasta es probable que tenga razón, pero yo no pude con ella. Cuestión de carácter, supongo, y que no es achacable a la autora, pero es que con el problema de estilo encima, si el personaje principal me cae mal, tendría que ser la persona más objetiva del mundo para no irritarme. Y no lo soy, eso lo tengo claro.

Él me parece un (con perdón) capullo insensible, egoísta y repelente. Y, pese a sus elevadísimos principios —lo que piensa él de sí mismo, claro—, no tiene el más mínimo reparo en seducir a Julianne a pesar de estarla engañando con todo el rostro del mundo, haciéndose pasar por quién no es. Vale, tenía sus motivos para hacerse pasar por quién no era, pero eso no lo justifica.

A partir de ahí, meterme en la historia me costó un triunfo y aguantarlos, un riñón y medio. No digo que no haya a quien pueda gustarle esta historia, o a quien no le moleste el estilo de la autora. Si es así, bueno, es una historia diferente. Pero, desgraciadamente, como he dicho al principio, este no era el libro para mí de ninguna de las maneras.

Por hoy, sí

Pero para mañana tengo otra Eso sí: una sola, lo prometo

Gracias, Inca