El dominio de seis idiomas y tres carreras universitarias no han preparado a Carolin para los duros reveses de la vida. Aún no tiene treinta años y acaba de perder al gran amor de su vida. Se ha quedado viuda. En medio del dolor, descubre que es la única heredera de la inmensa fortuna de su marido, que ahora se disputa con el hijo de su difunto esposo y exnovio de su juventud. No es extraño que Carolin se emborrache por primera vez en su vida, vaya a terapia, se gaste una fortuna en zapatos...

Por suerte, no está sola y cuenta con su hermana y su cuñado, con un amigo farmacéutico que ella ha decidido creer que es homosexual, y un fox terrier disecado llamado Número Doscientos Cuarenta y Tres...

Con esta novela me he llevado una pequeña -y agradable- sorpresa.

Lo primero que me ha sorprendido es el estilo de la autora. Tiene un estilo que engancha a la trama porque es ameno, ágil y refrescante. Y nunca baja el ritmo de la narración.

El argumento me parecía curioso, porque dada la situación que atraviesa la protagonista me intrigaba que la novela pudiera ser en tono divertido. Pero lo es, y con mucho estilo. Lo que me gusta es que no cae en sentimentalismos fáciles ni en tópicos edulcorados. Carolin pasa por un momento difícil pero la historia está narrada de tal forma que evita regodearse en el dramatismo a la vez que evita resultar superficial.

Los capítulos se inician con algunas frases ilustres comentadas e interpretadas por la protagonista, cuya historia conocemos a través de sus recuerdos y explicaciones. Todo ello contado con mucho sentido del humor.

Y ese es su punto fuerte: el sentido del humor. Un sentido del humor irónico y ácido en el que Carolin se ríe del mundo en general e incluso de ella misma, desde el primer momento -pese a sus circunstancias- te hace reír. Así se siente empatía hacia ella y se comprenden sus sentimientos. Además, tiene algunas escenas geniales.

También debo decir que antes de empezar tenía mis dudas, porque esta novela también tiene dos características que en principio no suelen gustarme.

La primera es que el chick lit no es mi género favorito, pese a que también tiene buenas historias y no lo considero motivo suficiente para descartarlas. Pero es cierto que tampoco es la típica historia chick lit con una protagonista descerebrada y una trama superficial, más bien lo contrario.

La otra característica es que está narrada en primera persona. Este tipo de narrador no suele gustarme, porque muchas veces me da la sensación de haber leído sólo la mitad de la historia, como si me perdiera parte de ella. En esta ocasión, sin embargo, es un estilo acertado porque la protagonista no para de dejar caer auténticas perlas a través de sus pensamientos. Tiene unos monólogos interiores y unos diálogos muy divertidos y sinceros.

A pesar de estas dos circunstancias, la historia me ha atrapado hasta el punto de olvidar esos detalles para meterme en la trama. Cuando la historia es buena acabas olvidando el tipo de narrador y el género para sumergirte en la novela.

No estamos ante una historia de amor propiamente dicha, es sobre todo la historia de Carolin. Pero en ella no falta el amor, el amor de su familia y el amor perdido de Karl... y sí, también el nacimiento de una historia de amor en ciernes que, aunque aparece de forma más secundaria, me ha parecido preciosa, tierna y divertida. De hecho, es una de las cosas que más me han gustado de toda la novela. Igual que el farmacéutico, una de las piedras con las que Carolin tropieza dos veces, en cada escena me iba gustando más y demuestra que la primera impresión no es siempre la que cuenta.

Carolin es la auténtica protagonista de la historia, una protagonista fuerte y luchadora con la que es fácil simpatizar. Tiene sus defectos y comete errores, todo ello la humaniza, a veces se equivoca pero es una protagonista carismática. Siempre se ha considerado un bicho raro, desde niña ha sido poco aceptada a causa de su inteligencia y le ha costado relacionarse con la gente. Karl fue el primer hombre que no le tuvo miedo a su inteligencia, ese fue el primer paso hacia el amor, porque aunque él le doblaba la edad fue un matrimonio por amor. Cosas del destino, Karl era el padre de su primer novio, aunque en ningún momento se da un triángulo amoroso. Es una historia complicada, pero Carolin acabó metida en una familia extravagante y peculiar, en la que Karl era el más normal.

Se puede decir que la vida de Carolin se convierte en un mundo lleno de pequeñas coincidencias desde que conoció a su marido, casualidades o destino es difícil de decir, pero jugaron un papel importante en su relación. Como también lo hacen en la vida de Carolin después de su matrimonio.

Los secundarios no causan indiferencia, siempre inspiran algún sentimiento, positivo o negativo. Los mejores son la hermana y el cuñado de Carolin, una pareja original y muy bien avenida, muy divertidos, leales, y que apoyan a Carolin. A Karl le vamos conociendo a través de los recuerdos de Carolin, y a través de ellos vemos que él tampoco era perfecto, pero también las razones de que Carolin se enamorara de él. La ex mujer y las hijas de Karl son sencillamente horripilantes.

El final es más bien abierto, para dejarlo a la imaginación de cada cual. Pero para mí está muy claro lo que pasará, y me parece un final muy romántico. No me refiero al tipo de romanticismo lleno de globitos rosas, azúcar y colores; tampoco al de tipo apasionado. Sino de ese tipo de romanticismo sincero, optimista y esperanzador, sin aditivos, del que te hace sentir bien.

Y esa es la sensación final. La novela cuenta un momento difícil de la vida de la protagonista, pero en ella también nace una nueva esperanza, y no sólo para Carolin. No es una novela inolvidable, ni mucho menos, pero es una visión de la vida contada con un sentido del humor ácido, irónico y mordaz. Me hubiera gustado que la historia fuera un poco más larga para disfrutarla más, y no negaré que me hubiera gustado un epílogo, pero me ha dejado con una sonrisa al terminar.