El príncipe Shahir tenía tres reglas:

• No acostarse nunca con una mujer virgen
• No acostarse nunca con una empleada
• No casarse jamás

Kirsten Ross no era más que una limpiadora, pero el sexy jeque no pudo resistirse a sus encantos y no tardaron en acabar en la cama juntos. Kirsten era inocente, pobre... y ahora se había quedado embarazada de un príncipe.

Las escasas ciento treinta páginas de esta novela son más que suficientes para contar la historia, pues un capítulo más habría sobrado, o habría dado rodeos innecesarios hasta llegar al mismo final. Así de simple y predecible es la trama. Es una novela de jeques de lo más típica, que incluye todos los tópicos habituales, y es fácil de confundir con otras historias similares.

Aparte de la historia de los protagonistas, cuenta con una pequeña intriga que no tiene ningún tipo de misterio. Lo bueno es que, al ser una historia tan corta, no se entretiene y recrea en los malentendidos que surgen, ni se queda estancada la trama. Todo sucede muy rápido pero, en este caso, lo agradezco, porque así no cae en el aburrimiento.

Los protagonistas son bastante planos, pero con un par de pinceladas sobre su pasado y sus sentimientos, pues no hay tiempo para que evolucionen. Pero después hasta resultan agradables.

Kirsten es una joven sencilla que vive en una comunidad cerrada y con un padre violento, irascible, extremadamente religioso y muy poco permisivo. Ella es muy tímida e inocente y no se atreve a contradecirlo; pero su sueño es marcharse de allí. Su vida cambia cuando conoce a un príncipe árabe por una mera casualidad, y queda encandilada con él sin conocer su verdadera identidad. Cuando lo descubre sabe que es inalcanzable para ella e intenta evitarlo para no llamar la atención y tener problemas. Al principio resulta una protagonista con poco carácter, muy crédula y dócil, después no pasa por un gran cambio, pero muestra algo más su personalidad y se le coge cierto cariño.

Shahir es el típico jeque mujeriego, que consigue todo lo que desea. O casi todo, porque la mujer de la que cree estar enamorado está prohibida para él —y digo «cree» porque después, misteriosamente, descubre que eso nunca fue amor—. Ese «amor» imposible no le impide sentirse atraído por Kirsten, él más bien se dice a sí mismo que es eso lo que le impulsa a dejarse llevar por la pasión del momento. Sin embargo, a pesar de tener sus defectos, no es uno de los protagonistas odiosos de Lynne Graham. Hacia la mitad de la historia su actitud cambia y al final es un corderito con Kirsten, incluso resulta simpático cuando descubre que nunca ha estado enamorado antes.

La historia de amor empieza a partir del deseo que sienten. Es una historia tan corta que todo es un poco precipitado, no hay tiempo para dar rodeos, pero como historia de amor es pasable. Y poco más hay que contar sobre este romance; no está mal, es poco creíble, pero no está mal.

Hay pocos personajes secundarios, un par de villanos y algunos aliados nada más, como la amiga de Kirsten, que es leal y sincera. Pero lo que más pesa es la relación de los protagonistas, no hay espacio para ninguna trama secundaria más.

El final es tan simple y precipitado como el resto de la trama, pero cuenta con un epílogo tierno que deja un sabor dulce. Un poco demasiado azucarado, pero dulce.

Es una historia pasable, y se lee en un rato por lo corta que es, pero tiene una trama bastante simple, con todos los tópicos incluidos. Los propios protagonistas son tópicos con patas, una historia que recuerda a muchas otras, pero que no te deja con un mal sabor al final. Desde luego, hay historias de jeques igual de simples pero protagonizadas por jeques mucho más insoportables.