Estuvo a punto de perder el valor y echarse atrás. Él arqueó las cejas.
—No soy virgen.
Aidan se quedó muy quieto y le buscó los ojos con la mirada mientras ella escuchaba el eco de su propia voz estupefacta. En la vida se le había ocurrido que tendría que confesarle eso a él.
—Ah —dijo al fin, con mucha suavidad—. Me parece justo. Yo tampoco lo soy.
Fue el último momento de racionalidad y cordura durante un largo rato.
Sin dejar de abrazarla, se volvió y apartó el cubrecama. Le abrió los botones de la capa, sujeta solo por la nuca y tiró la prenda a un lado. Hizo caer a Eve sobre la cama, le quitó los zapatos y las medias y le levantó el vestido lentamente piernas arriba, por encima de las caderas. Se sentó un momento para sacarse las botas y se deshizo de la chaqueta dejándola con el forro por fuera. Se desabotonó los calzones por arriba y se tumbó sobre ella.
Eve sintió que le cortaba el aliento con su peso. Aidan pasó las manos por debajo de su cuerpo y la levantó, inclinándola y penetró en su interior con una embestida firme. Eve tomó todo el aire que pudo. Él era tan grande y duro que se sentía dilatada y llena casi hasta el dolor.
Casi.