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Acheron se puso en pie mientras miraba a su alrededor intentando entender donde estaba. Había una cama increíblemente enorme contra una pared. Las sábanas y cortinas eran tan blancas como todo lo que allí había. El único color que se encontraba era oro viejo.
—¿Dónde estoy?
—En el Monte Olimpo.
La mandíbula se le abrió de golpe.
—¿Cómo?
—Te traje a mi templo, no te preocupes, Nadie entra jamás en mis aposentos. Son sagrados para mí.
Artemisa se acercó a él con una sonrisa en su cara. Frotó su mejilla contra la de él un instante antes de que apareciera sobre su cuerpo una prenda roja.
—Aquí podemos estar solos
Acheron no podía siquiera formar un pensamiento coherente cuando miraba el esplendor que lo rodeaba. El techo sobre su cabeza era oro sólido y tallado con brillantes escenas del bosque. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo podía él estar en el dormitorio de una diosa conocida por su virginidad? El simple pensamiento era risible.
Aún así estaba allí sentado…
Artemisa lo tomó de la mano y lo condujo hacia el balcón que daba a un resplandeciente jardín con flores. El derroche de color era casi tan hermoso como la diosa a su lado.
—¿Qué opinas de esto? —preguntó Artemisa.
—Es maravilloso.
Ella sonrió.
—Pensé que te gustaría.
Él arqueó una ceja ante ella.
—¿Cómo puedes aburrirte aquí?
Ella apartó la mirada y tragó. Una profunda tristeza oscurecía sus ojos verdes.
—Esto se vuelve solitario. Aquí casi nunca nadie quiere hablarme. Algunas veces paseo en los bosques y los ciervos se acercan a mí pero ellos realmente no tienen mucho que decir.
Él dejó escapar un asustado aliento ante la increíble escena.
—Podría perderme felizmente en esos bosques y no volver a hablar a un alma mientras viva.
—Pero tu solo has vivido unos pocos años. No tienes idea de cómo es la eternidad. El tiempo no significa nada. Es apenas se extiende y permanece siempre el mismo.
—No lo sé. Creo me gustaría vivir para siempre… si pudiera hacerlo en mis propios términos.
Ella le sonrió.
—Puedo verte como eres ahora unos mil años en el futuro. —sus ojos se iluminaron— Oh espera, hay algo que tengo que compartir contigo.
Acheron inclinó la cabeza consternado cuando ella chasqueó los dedos y un peculiar paquete marrón apareció en sus palmas. Se lo tendió.
—¿Qué es?
—Chocolate —dijo ella con un suspiro—Hershey´s. Debes intentarlo.
Cuando él empezó a darle un mordisco, Artemisa se lo quitó de las manos.
—Tienes que desenvolverlo primero, tonto. —Riendo, ella rasgó el papel marrón y un extraño material plateado antes de romper un trozo y entregárselo.
Con cautela, Acheron le pegó un mordisco. Al minuto que se fundió sobre su lengua, estuvo en el cielo.
—Esto es delicioso.
Ella le tendió de nuevo la tableta.
—Lo sé. Esto viene del futuro…se supone que no podemos ir allí, pero no pude evitarlo. Hay algunas cosas por las que no puedo esperar y el chocolate es una de ellas.
Él lamió las manchas marrones de sus yemas.
—¿Podrías llevarme al futuro?
Ella sacudió la cabeza rápidamente.
—Mi padre me mataría si dejo a un mortal allí.
—Un dios no puede matar a otro.
—Sí, podemos. Créeme. Se supone que no deben hacerlo, pero esto no siempre los detiene.
Acheron dio otro mordisco mientras consideraba sus palabras. Le encantaría viajar hacia delante desde este tiempo. A un lugar donde nadie lo conociera a él o a su hermano. Donde fuera libre de su pasado.
Eso sería perfecto. Pero había aprendido por el camino difícil que tal lugar no existía.
Artemisa le cogió la tableta y le pegó un mordisco. Un poco le manchó la mejilla.
Acheron se estiró para limpiarlo.
—¿Cómo lo haces? —le preguntó ella.
—¿Hacer qué?
—¿Tocarme sin temor? Todos los humanos tiemblan ante los dioses, pero tú no. ¿Por qué?
Él se encogió de hombros.
—Probablemente por que yo no temo morir.
—¿No?
—No. Temo revivir mi pasado. Al menos con la muerte, sé que todo eso quedará tras de mí. Sería un alivio, creo.
Ella negó con la cabeza.
—Eres un hombre extraño, Acheron. No te pareces a nadie a quien haya conocido.
Caminando de espaldas tomó su mano y tiró de él al interior de su habitación.
Acheron fue de buena gana.
Artemisa no habló mientras se arrodillaba en la cama, entonces giró para enfrentarlo. Ella lo atrajo a sus brazos para un increíble y caliente beso.
Cerrando los ojos, Acheron la respiró mientras su lengua danzaba con la de él.
¿Era esto lo que se parecía a ser normal? Siempre se lo había preguntado.
Artemisa lo empujó hacia atrás mirándolo fijamente.
—Prométeme que nunca me traicionarás, Acheron.
—Nunca haría nada que te lastimara.
Su sonrisa lo encegueció antes que ella lo arrastrara a la cama y lo volviera sobre la espalda. Aferró sus caderas antes de apartarle el pelo del cuello.
—Eres tan guapo— murmuró ella.
Acheron no hizo ningún comentario. Ella lo hipnotizaba con esos centelleantes ojos verdes y su piel tan lisa y suave lo abrumaba. Al menos hasta que vio una destello de colmillos.
Un instante después un enceguecedor dolor atravesó su cuello. Intentó moverse, pero no pudo. Ni un solo músculo.
Su corazón palpitó hasta que el dolor dio paso a un inimaginable placer. Sólo cuando el placer reemplazó al dolor pudo moverse. Acunó su cabeza contra su cuello mientras ella continuaba succionando y lamiendo hasta que su cuerpo explotó en el más intenso orgasmo que jamás había conocido.
No fue pronto que sintió cómo sus párpados se cerraban como si unos pesos tiraran de ellos. Intentó luchar contra la oscuridad, pero no pudo.
Artemisa se retiró hacia atrás y se lamió la sangre de los labios cuando sintió que Acheron se desmayaba. Nunca antes había probado sangre humana… era increíble. No le sorprendía que su hermano los persiguiera tan a menudo. Había una vitalidad en ella de la que los inmortales carecían. Era tan intoxicante que le tomó toda su fortaleza no beber más.
Eso podría matarlo.
Eso era lo último que quería. Acheron la fascinaba. Él no se distanciaba o la adulaba. Incluso sabiendo que él era un mortal, la trataba como a una igual.
Deleitada con su nueva mascota, se recostó a su lado y se acurrucó contra él.
Esto era definitivamente el inicio de una gran amistad…