Valiente viento salvaje:
SU PASIÓN NO SERÍA SACIADA HASTA QUE AQUEL JOVEN Y
SENSUAL DEMONIO SE TRANSFORMARA EN UNA MUJER EN SUS BRAZOS.
El orgullo los separaba pero la fuerza de la pasión los
envolvía en identica locura.
El ansia de venganza de esta mujer no conocía límites. Chase pagaría
muy caro el rechazo que había infringido a una joven tan decidida y
hermosa como Jessie. El precio sería nada menos que su propia,
desesperada pasión...
Cuando él se negó a casarse con ella, Jessie se juró hacerlo sufrir
por todos los medios a su alcance. Pero Chase no sería juguete de nadie.
La hermosa Jessie era capaz de manejar a cualquier hombre que se le
acercara, así como era capaz de administrar las tierras heredadas de su
padre asesinado poco antes. Pero Chase logró enfrentarla con la
frustración y la ira. Ella no podía saber hasta qué punto la deseaba. Su
belleza lo perseguía, pero su arrogancia lo irritaba. Jessie lo
desafiaba y lo atormentaba... Hasta que la pasión de Chase estalló con
toda la fuerza. Sin embargo, nada era capaz de endulzar el obstinado
corazón de la joven: se había propuesto doblegar el orgullo de ese
hombre, sin saber que ninguna mujer doblegaría a Chase.

Tempestad salvaje:
ÉL NO SERÍA SUAVE CON ELLA, Y ELLA NO DESEABA IMPEDIRLE
NADA...
Joselyn Fleming era una pelirroja llena de vida, que había enviudado
después de un matrimonio demasiado breve con un anciano noble británico.
Aunque rica y aristócrata, ardía con el dolor del deseo no explorado.
Su inquieto corazón la condujo hasta la peligrosa belleza del indómito
Oeste norteamericano.
Colt Thunder era un rebelde, un solitario, increíblemente atractivo,
brutalmente imprevisible.
En una tierra audaz e inmisericorde chocaron esos dos mundos, tan
diferentes: el potro salvaje del desierto y la intacta rosa de
Inglaterra, encendiendo un devastador incendio de pasiones fronterizas,
que amenazaban con consumirlos a ambos.

Angel:
VIVÍA FUERA DE LA LEY. SUS OJOS ERAN NEGROS COMO EL
PECADO Y ERA HERMOSO COMO UN... ÁNGEL.
Cerca del infierno...
Con la esperanza de terminar con las antiguas enemistades entre dos
familias vecinas, Cassie Stuart sólo logra arrojar leña al fuego. Ambos
lados le han advertido que salga de Texas pronto... o quemarán el rancho
de su padre. Lo que Cassie necesita es alguien que traíga paz, pero
aparece a su lado un hombre que sólo trae muerte.
Y cerca del paraiso...
Le llaman Angel, un rudo y buen mozo pistolero y mercenario, con ojos
tan negros como el pecado. No es deseado ni bienvenido por su
desagradecida patrona. El preferiría que Cassie se las arreglara por sí
misma. Sin embargo, un obstinado sentido del deber -y un deseo de probar
la dulzura de sus labios- decide a Angel a buscar la anhelada meta: que
Cassie lo desee, que clame por él y se entregue al infierno, o al
paraíso.

Un largo atardecer:
Lydia y Ross se dirigen a Texas en una caravana. El destino ha elegido
una peculiar manera de unirlos: ella acaba de alumbrar a un niño muerto;
él, padre de un recién nacido, ha perdido a su esposa en el parto.
Entre los colonos rumbo al Lejano Oeste, cuya única ley es la
supervivencia, la solución es obvia, de modo que Lydia se convierte
primero en madre del pequeño y después, inevitablemente, en mujer de
Ross. Surge entre ambos un ardiente amor, pero cuando la felicidad
parece ya al alcance de sus manos, el pasado irrumpe en sus vidas y
arremete brutalmente contra sus esperanzas.

Un nuevo amanecer:
Han pasado ya veinte años desde el dramático viaje a Texas narrado por
Sandra Brown en UN LARGO ATARDECER. En aquel entonces, el nacimiento de
Banner unió para siempre los destinos de Lydia y Ross. Ahora Banner es
ya una joven atractiva y sensual, que despierta encendidas pasiones en
los hombres. No obstante, su primer intento de boda acaba en desastre:
el novio, ya ante el altar, es reclamado por una antigua amante que
espera un hijo de él. Banner, despechada, se fija entonces en Jake, un
curtido y maduro cowboy, capataz del rancho de sus padres e íntimo amigo
de la familia. Pero a causa de la diferencia de edades y de los celos
de anteriores pretendientes, el idilio transcurre por tortuosos
derroteros.