J R Ward a tenido a bien postear hoy mismo un trocito del libro de Phury (de hecho lo ha mandado por mail) para celebrar su publicación... y aqui está....
FRAGMENTO DE LOVER ENSHRINED
Cuando entraron el vestíbulo, Cormia no podía creer que fuera de la mano del Primale. Después de haber querido durante tanto tiempo algo de privacidad a solas con él, le parecía surrealista que al fin fuera a tenerla.
Mientras se dirigía hacia donde ella ya había estado, le soltó la mano, pero permaneció cerca. La cojera casi no se le notaba, apenas una sombra en su manera de andar y, como de costumbre, para ella era más adorable que cualquier objeto de arte a la vista.
No obstante, se preocupaba por él y no sólo por lo que había oído.
La ropa que llevaba no era la que usaba en las comidas. Los pantalones y la chaqueta de cuero eran lo que llevaba cuando había estado luchando y lo sabía por las manchas rojas y negras.
Sangre, pensó. La suya y la de los enemigos de la raza.
Y esto no era lo peor. Tenía una línea desvaída alrededor del cuello, como si le hubieran herido y también cardenales en el dorso de las manos y a un lado de la cara.
Pensó en lo que el rey había dicho de él. Peligroso para él mismo y para otros.
- Mi hermano Darius era coleccionista de arte –dijo el Primale al doblar la esquina al lado del estudio de Wrath enfilando la larga fila de estatuas. – Como el resto de lo que hay en la casa, estas eran suyas. Ahora son de Beth y John.
- ¿John es el hijo de Darius, hijo de Marklon?
- Sí
- He leído sobre Darius. –y que Beth, la reina, era su hija. Pero no había nada sobre John Matthews. Qué extraño, como hijo de un guerrero debería tener su nombre en la primera página.
- ¿Has leído la biografía de D?
- Sí. –Había estado buscando información sobre Vishous, el Hermano al que la habían prometido en primer lugar. Si hubiera sabido quien iba a terminar siendo el Primale, habría buscado en los volúmenes de cuero rojo de Phury, hijo de Ahgony.
- El Primale se paró al principio de la galería de estatuas. -- ¿Qué hacéis cuando muere un Hermano? – preguntó. -- ¿Con su libro?
- Una de las escribas pone el símbolo negro del chrih en cada página libre y la fecha se anota en la primera página. También se hacen ceremonias. Las hicimos para Darius. Ahora… esperamos con respeto a Tohrment, hijo de Hharm.
Asintió, avanzando como si estuvieran hablando de algo sin importancia.
- ¿Por qué, para qué lo preguntas? – susurró.
Hubo una pausa. –Estas estatuas son todas del periodo greco-romano.
Cormia se apretó las solapas de su túnica contra el cuello. – ¿De verdad?
El Primale rodeó las cuatro primeras estatuas, incluida una completamente desnuda, gracias a la Virgen Escribana pero se paró ante la que le faltaban partes. –Están un poco hechas polvo pero, considerando que tienen unos dos mil años, es un milagro que parte de ellas hayan sobrevivido. Er… espero que la desnudez no te ofenda.
- No – pero la alegraba que no se diera cuenta de cuanto la conmovía la estatua desnuda. – Creo que son hermosas, no importa si están tapadas o no. Y no me importa que sean imperfectas.
- Me recuerdan dónde crecí.
Esperó, agudamente consciente de cuánto deseaba que él expresara su pensamiento – ¿Cómo es eso?
- Teníamos estatuas – él frunció el ceño. – Por supuesto, todas estaban cubiertas por hojas de parra. Los jardines estaban llenos de parras. Por todas partes.
El Primale volvió a avanzar.
- ¿Dónde te criaste? – le preguntó.
- En el Antiguo País.
- ¿Tus padres están…?
- Estas estatuas se compraron en los años cuarenta y cincuenta. Darius atravesó una plataforma tridimensional y, como siempre había odiado el arte moderno, esto fue lo que compró. – Al llegar al final del corredor, se paró delante de la puerta de uno de los dormitorios, mirándola fijamente. – Estoy cansado.
Bella estaba en aquella habitación. Lo sabía por su expresión. --¿Has comido? –le preguntó, pensando que sería genial llevarle en dirección contraria.
- No me acuerdo. – se miró los pies calzados con botas pesadas – Bueno… Dios ni siquiera me he cambiado, ¿verdad? – Había un vacío extraño en su voz como si darse cuenta de que no se había cambiado la ropa le hubiera dejado vacío. – Debería haberme cambiado. Antes de hacer esto.
Estaba sufriendo y ella sabía por qué gracias a su indiscreción.
Acércate, se dijo a sí misma. Acércate y cógele de la mano. Al igual que él hizo contigo.
- Debería cambiarme – dijo el Primale con suavidad. – Necesito cambiarme.
Cormia respiró hondo y alargando el brazo le cogió de la mano. Estaba fría al tacto. Alarmantemente fría.
- Volvamos a tu habitación – le dijo. – Volvamos.
Él asintió pero no se movió y, antes de darse cuenta de lo que hacía, le estaba dirigiendo. O, al menos, a su cuerpo. Le parecía que su mente estaba en algún otro sitio.
Le llevó a su habitación, a los confines de mármol del baño y se quedó quieto donde le dejó, frente a los dos lavabos y al espejo amplio. Mientras abría la cámara de rocío que llamaban ducha, él esperaba no pacientemente, si no como ignorándola.
Cuando el chorro de agua estuvo lo suficientemente caliente bajo su mano, se volvió hacia él. –Vuestra Gracia, todo está preparado. Te puedes lavar.
Sus ojos amarillos se fijaban directamente en uno de los espejos y en su hermosa cara no había trazas de que se reconociera en el reflejo. Era como si un extraño le enfrentara en el cristal, un extraño en el que no confiaba ni aprobaba.
- ¿Vuestra Gracia? – su calma era alarmante y, si no se estuviera manteniendo en pie, habría comprobado el latido de su corazón.
Puedo hacerlo, se dijo.
- ¿Puedo desnudaros, Vuestra Gracia?