A la caza del duque
Celeste Bradley
Sinopsis: Para Phoebe Millbury, la única manera de heredar la fortuna familiar es encontrar un duque. Así lo dispuso su difunto abuelo. Pero eso no es todo: Phoebe, que todavía intenta recuperarse de un escándalo amoroso, tendrá que competir contra sus dos primas. La contienda es por el mismo dinero, y quizá por el mismo hombre… hasta que ella reconoce al mejor partido en el tremendamente guapo y encantador Rafe Marbrook, marqués de Brookhaven y futuro duque.
Cuando el marqués de Brookhaven le pide la mano, Phoebe apenas puede creerlo, aunque… la petición no la hace Rafe, sino Calder, su hermano mayor, que además no es tan agraciado. A su favor tiene que no es ilegítimo, como resulta que estafe, y es por tanto el verdadero heredero. Ahora Phoebe se encuentra al borde de un nuevo escándalo, porque debe enfrentarse a una elección desesperada: casarse por dinero y posición, o seguir el dictado de su corazón.
Para ser una persona que lee de todo, la verdad es que soy bastante quisquillosa, lo reconozco, y además no tengo ningún complejo en dejar un libro por la mitad si algo no me convence. Y lo que más pronto me hace dejar un libro plantado, o enamorarme de él sin remedio, es el estilo. En dos páginas sé si me gusta, me es indiferente, o me horroriza. No hablo exactamente de “calidad”. Tengo mis gustos, como todo el mundo, y hay cosas que serán buenísimas, pero que yo, sencillamente, no trago. Y al revés.
Y en esta novela apenas llevaba una docena de páginas, cuando un puñado de rasgos de estilo ya me había convencido para que siguiera devorando páginas a una velocidad sorprendente. Y es que la autora me dio en mi punto flaco particular: los pensamientos irónicos y contradictorios, adornados con personificaciones divertidísimas. Cuando la protagonista piensa que el alcohol hace cosas extrañas para que las jóvenes bajen la guardia, como “por ejemplo, cogen esa guardia, la matan, la decapitan, y la entierran en el jardín”, pues yo me desparramo con la risa, qué queréis que os diga.
Así que, a partir de ahí, ya estaba más que predispuesta a disfrutar de la lectura, pasara lo que pasase (Sí, soy quisquillosa, pero también soy muy simple). Y disfruté muchísimo, la verdad. La historia es bastante curiosa. Empieza (literalmente) con el testamento de un abuelo (un auténtico hijo de mala madre) que impone como condición para entregar la herencia, que una mujer de su familia se case con un duque, y se convierta así en la única heredera de su fortuna. No hay duque, no hay dinero. Simple. Así que las relaciones entre las mujeres de la familia se convierten en una desesperada caza del duque (que no del zorro).
Phoebe, la protagonista, es la hija de un vicario que, cuando apenas era una cría, se fugó con su profesor de danza, que la abandonó a la mañana siguiente de la fuga. Desde entonces, su padre la tiene algo más que controlada, y ella se esfuerza por ser la perfecta dama, la perfecta hija, la perfecta… La perfecta hipócrita, porque la Phoebe que se muestra a los demás es aburridísima, pero la Phoebe de los pensamientos que la autora no deja de mostrarnos, es hilarante. Una mujer apasionada, irónica, con una fantasía desbordante y un sentido del humor de lo más ácido. La Phoebe perfecta sonríe y asiente, y la Phoebe interior piensa unas cosas que escandalizarían a cualquiera.
En una fiesta conoce a Rafe, y bien… amor a primera vista. ¿Por qué no? Ya he dicho alguna vez que yo me creo cualquier cosa que me cuenten con tal de que no me la expliquen mucho. Así que apenas coinciden diez minutos, pero ya saben que están hechos el uno para el otro. Son igual de alegres, igual de fantasiosos, igual de “políticamente incorrectos”… El problema surge cuando Rafe se la enseña a su hermano Calder que, casualmente, está buscando esposa. Y, en una confusión absurda, no se molesta en decirle que, si le está hablando de sus virtudes, es porque la quiere para él.
Así que, al día siguiente, Phoebe recibe una proposición de matrimonio de un tal Marbrook, y la acepta sin dudarlo, pensando que provenía de Rafe. Menudo chasco cuando se da cuenta de que la propuesta provenía del estirado Calder Marbrook. Y aquí es donde Phoebe podría haberlo aclarado todo, pero no lo hace, claro. Primero, porque, si lo hiciera, no habría novela, y segundo porque Marbrook va a ser duque, y Phoebe por fin va a conseguir la aprobación de su padre, después de tanto tiempo viviendo con el recuerdo y la penitencia de su pasado escandaloso.
Por su parte, Rafe, tampoco aclara las cosas, cómo no, así que intenta alejarse de Phoebe por todos los medios… sin ningún éxito. Ambos intentan hacer “lo correcto”, ella movida por los remordimientos de su pasado y el evidente orgullo de su padre al verla por fin redimida, y él porque… bueno, porque Calder es su hermano. O medio hermano, ya que Rafe es ilegítimo y lleva tiempo intentando deshacerse de su pasado de libertino y calavera y ganarse también el afecto y la aprobación de Calder.
No voy a desvelar más de la historia, pero baste con decir que las cosas se complican muchísimo con los fideicomisarios de la herencia, con la tía de Phoebe, Tessa (una auténtica bruja que ríete tú de la de Cenicienta) y con sus hijas…
Los protagonistas me encantaron. Habrá quien os diga que su historia roza lo absurdo, que son poco más que unos cobardes, que se enamoraron demasiado rápido… Bueno, da igual. Yo me los creí. Y me reí muchísimo con los dos, porque cada vez que la autora me contaba lo que estaban pensando, me lo pasaba pipa.
Si a eso le añadimos que los secundarios no son muchas veces lo que parecen ser, que el frío Calder, tan estirado, tan aburrido, tan antipático, resulta ser un encanto; que Deirdre, la hija mayor de Tessa, la malvada tía, resulta que no es tan mala; que incluso personajes que parecen innecesarios, como Lementeur, el modisto, tienen su parte en la trama… Y un montón de pequeños detalles más, como unos diálogos divertidos, una narración ágil y una historia que, aunque simple, entretiene, pues yo personalmente me apunto el resto de las novelas de la saga (porque, cómo no, es una saga) y si se parecen en algo a ésta, voy a disfrutarlas mucho.