Seducida por un libertino (1er libro de la serie «Peligro y deseo»).
Louise Allen.
Sinopsis: ¡Una relación muy peligrosa!
La vivaz lady Perdita Brooke se enorgullece de su desenvoltura social… salvo cuando se ve las caras con el increíblemente apuesto Alistair Lyndon. El que en otros tiempo fuera el joven que ocupaba los sueños de Dita se ha convertido en un insensible libertino que ni siquiera recuerda la noche de pasión que compartieron… a pesar de que ella la lleva marcada a fuego en su memoria. Ahora Dita tiene la oportunidad perfecta para recordarle a Alistair la ardiente química que existe entre ellos. Pero pronto se siente desbordada. Se suponía que provocarle sería un juego deliciosamente perverso, siendo ella quien reparte las cartas… hasta que Alistair se saca un as de la manga.
Es curioso, pero hasta ahora nunca había leído una novela romántica en que la mayor parte de la trama estuviera ambientada en un barco. Ya, ya sé, pero es que las historias de piratas sanguinarios y doncellas ultrajadas me sacan de mis casillas, francamente, así que, sí, es mi primera novela romántica en ultramar. Y, mira, no estuvo mal. Hasta hay un naufragio y todo.
Otro toque diferente que me llamó la atención fue que la protagonista, Dita, por una vez no fuera una mujer que intenta por todos los medios esconder un escándalo en su pasado. Refrescante, la verdad, sobre todo porque siempre he sido de los que piensan que no hay mejor defensa que un buen ataque, y Dita parece aferrarse a la misma opinión. Lejos de intentar ocultarse y hacer oídos sordos a quienes la critican a sus espaldas, parece ponerse su mala reputación por montera y mirar al mundo de forma desafiante, cortando así de raíz cualquier comentario malicioso.
Él es… Bien, lo de siempre: el típico libertino con una historia en su pasado que lo ha «empujado» de algún modo a volverse así. Ya sabéis a lo que me refiero: «Yo creí en el amor una vez, cuando era joven, pero ella me traicionó y desde entonces blablablá». La verdad es que empieza a resultarme cansina tanta justificación, porque parece que últimamente no leo más que historias de hombres con pasados dolorosos, empujados por las circunstancias a una vida licenciosa y todo eso. Si algún día encuentro un tipo que es así porque le da la gana, daré palmas con las orejas, palabra.
Pero, en fin, asumo que es lo que hay, así que no voy a considerar ese cliché como un punto en contra de la novela. Como tampoco voy a considerar como tal el que sea la enésima novela que leo esta temporada en la que él quiere casarse como sea y ella se opone. Supongo que es un argumento típico y no puedo culpar a nadie de haber ido a dar de bruces con él media docena de veces en los últimos meses. Pura casualidad, supongo. Ahora, los motivos por los que él quiere casarse, a pesar de ser los de siempre, esta vez tienen algo curioso: Dita tiene, como ya he comentado, una mancha en su pasado, un escándalo que hizo que su padre la enviara a pasar una temporada en la India. Se fugó con un tipo a Gretna Green y estuvo dos noches fuera de casa, así que está claro que ya no es virgen. Sí, bien, yo no pongo las normas, ¿eh? Si te vas con un hombre y pasas fuera dos noches, estabas deshonrada sí o sí. Y claro, ella lo empeoró al no querer casarse con el hombre en cuestión. Vale, hasta ahí, todo bien, ¿no? Pues no, porque, si bien es cierto que Dita no es virgen, no fue ese hombre con quien perdió su virginidad. «Ajá, menudo pendón verbenero», diréis. No seáis malpensadas, hombre. No se acostó con él. De hecho, cuando se vio con él a solas, le horrorizó tanto que lloró de alivio cuando su padre la encontró. Y no quiso casarse porque no lo soportaba. La novedad no es que ella sea un pendón —para los cánones de la época, no me malinterpretéis, que yo juicios morales hago más bien poquitos por esto de la viga y la paja y todo eso—, sino que había perdido ya la virginidad con (tachán) el propio Alistair. Sólo que él no lo recuerda. Nada. Ni un poquito. No tiene ni la más remota idea de lo que pasó entre ellos cuando eran jóvenes, amigos y vecinos.
Al parecer, esa noche Alistair, que había encontrado a la mujer que amaba en brazos —sí, es un eufemismo— de su propio padre, se había bebido hasta el agua de los floreros y, cuando Dita lo encontró, intentó consolarlo —toda inocente ella, en sus tiernos dieciséis años— y una cosa llevó a la otra y al final acabaron acostándose. Y, después de eso, él, todavía borracho, supongo, la echó de su lado con cajas destempladas para desaparecer al día siguiente rumbo a quién sabe dónde.
Sí, vale… A mí también se me hizo un poco difícil de creer que no se acordara de absolutamente nada de nada, pero qué queréis que os diga… El caso es que recordaba a Dita como una cría y ahora se encuentra con una mujer por la que se siente más que atraído. Y ella, que lleva toda la vida intentando olvidar sin ningún éxito lo enamorada que estuvo de él, vuelve a recordar con fuerza. Obviamente, saltan las habituales chispas.
La historia no tiene mucho más, pero se deja leer con agrado. Y la escena en la que Dita, para distraer la monotonía del viaje en barco, empieza a escribir un folletín romántico con malvado duque y honorabilísimo héroe incluidos, con todos los tópicos más tópicos y más increíbles del género, es sencillamente genial. Creí morir de la risa cuando ella explica la tontería que va a pasar a continuación, y la acotación a su diálogo es algo así como: «—explicó Dita con toda la dignidad que le permitía semejante giro en la trama».