Lo último que Annabel Wheaton está buscando es amor verdadero. Sabe por experiencia que sólo conduce a la angustia. Así que casarse con un conde interesado en su dinero a cambio del acceso a las altas esferas de la sociedad le parece una excelente opción.

Pero no cuenta con un pequeño problema: Christian Du Quesne, quién cree que esta a punto de cometer el mayor error de su vida y está dispuesto a hacerla cambiar de parecer, sobre todo cuando la familia de la novia le ofrece una interesante suma de dinero para que logre que la boda se cancele. Para Christian esta parece ser una tarea fácil; sin embargo, enamorarse de Annabel no parecía ser parte del plan.

Tercer libro de la serie «Plantadas en el altar».

Es probable que ésta sea la novela que más me ha llamado la atención de la serie, pues ninguno de los protagonistas anteriores me acabó de convencer. Pero, como en las otras dos novelas, me gusta el enfoque histórico que se da a la historia. Por la época, a principios del siglo XX, un momento concreto poco habitual en la novela romántica, pero muy interesante por los cambios tecnológicos y sociales. Y, también, por la visión que se da tanto de una aristocracia británica en decadencia, como de una neoyorkina floreciente. Es un punto de vista diferente, menos idealizado y más realista.

Si bien el argumento del matrimonio entre un noble británico y una heredera americana es algo bastante habitual, la autora ha sabido darle un enfoque distinto, fresco, moderno y novedoso. Las interesantes —y divertidas— conversaciones entre los protagonistas sobre las diferencias entre la alta sociedad británica y la neoyorkina son prueba de ello. Las explicaciones de Christian las hemos encontrado en infinidad de novelas históricas, aunque él lo cuente de una forma exagerada, en esencia, son ciertas. Él mismo se ríe de una sociedad inglesa en decadencia.

Aunque es una historia con su parte emotiva, también tiene su punto de sentido del humor. Hay escenas que me han parecido bastante cómicas, algunas con un estilo hollywoodiense, pero las conversaciones que tienen los protagonistas en la primera parte del libro son divertidas también.

El prólogo me han encantado, porque no necesita nada más para enganchar. Es la escena previa a uno de los momentos más importantes de la novela, seguida de un largo flashback que no hace otra cosa que animar a seguir leyendo hasta llegar a «la escena». Y cuando lo hace no decepciona.

La primera parte de la novela me ha gustado más porque transcurre en un lugar original. La segunda parte es más típica del género histórico y sorprende menos, además de que las cosas suceden un poco deprisa.

Y, a diferencia de las dos novelas anteriores, me han gustado mucho los dos protagonistas de la historia.

Annabel es una protagonista que, en un principio, parece algo fría por su decisión de buscar un matrimonio sin amor para escalar socialmente. Pero esta actitud es una máscara, pues tras ese deseo se esconden dos momentos concretos de su juventud que la marcaron y, por ello, quiere conseguir el respeto de la sociedad de la única manera que cree posible. En realidad, Annabel es una persona leal con su familia, dispuesta a perseguir un antiguo sueño por ella misma y por ellos. Es una mujer fuerte, con sentido común, pero un poco ingenua en cierta forma. En el fondo, sigue siendo la misma chica inocente y no hay que buscar mucho para encontrarla.

También Christian aparenta lo que no es, porque, aunque se considera un libertino despreocupado y sin corazón, no hay nada más lejos de la verdad. Christian tiene corazón y lleva años culpándose por haber sido un joven libertino, y hay una historia detrás de eso. Lo que más me gusta de él es que ha sido capaz de cambiar y aprender de sus errores, como demuestra en el momento en el que mira a la cara al pasado para descubrir que ya no es la persona que era. De hecho, es uno de los últimos «hombres Gurhke» que más me han gustado, ninguno me había acabado de convencer desde Harry —«Y entonces él la besó»—.

La historia de amor es tierna y muy bonita. Entre Annabel y Christian hay mucha química desde el principio, pero su relación va surgiendo poco a poco. No ser puede decir que se conozcan por casualidad, pero la confianza y la intimidad que va apareciendo entre ellos sí es espontánea; esa es la parte de su historia de amor que más me ha gustado. Su relación no deja de ser la unión de la antigua nobleza y la nueva aristocracia, de dos mundos distintos pero que pueden congeniar bien a través de su amor.

La familia de Annabel es importante en la historia pero sin tener una presencia excesiva, es una familia bien avenida que sólo quiere lo mejor para Annabel, sin presionarla. Y otro personaje secundario destacable es lady Sylvia, la hermana de Christian, una mujer comprensiva.

Curiosamente, no se menciona a los protagonistas anteriores de esta serie. Pero sí se nombra a todos los de la serie «Las chicas de Little Russell» en algún momento de la novela.

Como casi siempre con esta autora, el final es rápido y directo. Sin embargo, diría que no tanto como en otros libros. Creo que era el final que tenía que ser, pero todo sucede muy deprisa. Aunque cierto momento en la galería ha hecho que se me saltaran las lágrimas.

Esta novela ha sido una pequeña delicia. Una historia emocionante, divertida, entretenida, amena; podría decirse que prácticamente se lee sola. Y con unos protagonistas que se hacen querer y forman una bonita y divertida pareja. Es una novela preciosa.