Desenmascarado
Autora: Colette Gale
Sinopsis:
La delicada y tímida Christine, joven corista de la Ópera de París, oculta un voluptuoso secreto. Cuando cae la noche y las luces del escenario se apagan, una enigmática sombra pronuncia su nombre y la arrastra por caminos de pasiones escondidas, mostrándole el poder de su voz y despertando toda su sensualidad con sus manos aterciopeladas y su rostro desconocido. Es su ángel de la música, su tutor, su inspiración, quien le enseña cómo afinar las notas para que suenen perfectas mientras recorre lentamente su espalda y posa sus labios en su cuello nacarado. Él, la legendaria figura que aterroriza a todo el mundo de la ópera, es el único que puede someterla, que la hace vibrar con cada uno de sus susurros y atenciones, un enigmático hombre sin cara que la transporta a un mundo de placeres ocultos, haciendo emerger tanto su musicalidad como sus deseos más recónditos.
Esta es la historia del Fantasma de la Ópera como nunca antes había sido relatada.
Una exqusita obsesión...Tras la triste muerte de su padre, Christine no ha hecho más que vagar ausente entre las bambalinas de la Ópera de París. Incapaz de recuperarse de la pérdida, la melancolía y la música llenan su corazón, mientras sueña con el día en que llegue su gran oportunidad. Y puede que ese momento esté más cerca que nunca. El temido fantasma la ha acogido como su protegida, y sus lecciones musicales y amorosas la arrastran hacia la oscuridad, haciendo vibrar no sólo su voz privilegiada, sino también su cuerpo, que se retuerce ante cada uno de sus tersos susurros.
...para un maestro atormentado.
Condenado a las catacumbas del teatro, Erik siempre ha deseado a Christine desde las sombras, obligado a ocultar su identidad y su secreto. Sólo él entiende el extraordinario talento de la joven y aprecia su conmovedora belleza. Sólo él puede hacerla estremecerse de placer como nunca nadie lo había logrado. Pero, a pesar del poder que ejerce sobre ella, sabe que su amor difícilmente será correspondido. Deformado, grotesco y sin esperanzas, únicamente cuenta con su música y con el sueño de que, un día, tal vez, Christine lo ame a pesar de su cara y de su misterioso pasado.
Crítica
Vale, es oficial
. A cincuenta páginas escasas del final no he podido soportarlo más, y la he plantado. Qué más da. Al fin y al cabo es el Fantasma de la Opera, por los dioses, no es como si no supiera de qué va...
Pero el que yo diga esto (yo, que soy capaz de leerme hasta las instrucciones del detergente cuando no tengo nada que echarme al e-reader), ya debería ser indicativo de lo que pienso de la novela, pero como no me conocéis mucho, me explicaré. Y poneos cómodas, porque ya advertí en algún otro post que hay un crítico literario feroz escondido en mi interior, siempre ansioso por hincarle el diente a algo sabroso, y es una criatura muy, muy sedienta…
Empezaré por lo más simple: el estilo. A ver, el tono y el lenguaje que intenta (y subrayo el intenta) la autora debería haber sido una elección de lo más afortunada, teniendo en cuenta el argumento y la época. Por lo menos para mi gusto: adoro el contraste entre el lenguaje casi decimonónico y las descripciones sexuales explícitas, incluso vulgares. Pero, seamos francos, esta mujer no es el Marqués de Sade. Ni de lejos. Para empezar porque adolece de una falta de vocabulario que ese tipo de estilo pide a gritos, y aunque ensaya párrafos que casi, casi llegan… pues se queda muy cortita. Todo lo que he leído está plagado de repeticiones, de frases hechas o propias de la autora que se repiten una, y otra, y otra, y otra vez (por favor, he llegado a contar ocho o diez repeticiones de frases y estructuras idénticas en apenas un par de páginas) hasta que te hace poner los ojos en blanco y decir: “pero venga ya, ¿otra vez la tontería de los pezones?”. Y ya no hablo de los mil diálogos (de chicle y muy, muy poco naturales, por cierto) sin acotaciones, que lo reconozco: es una manía personal, pero es que me ponen enferma, y me sacan a patadas de la historia.
Así que, vale, el estilo no acaba de cuajar. Mal empezamos…
Pero está bien. Dejemos el estilo, que al fin y al cabo es algo muy personal, y lo que yo aborrezco a otro puede encantarle. Veamos que hace la autora con el resto. Habéis comentado por ahí que las escenas de cama (dónde demonios está ese ceporro tan expresivo, que no lo encuentro) son cargantes. Y estoy totalmente de acuerdo. Y yo soy de las que piensa que un fundido en negro es una herejía, conste. Pero a esta novela le habrían venido bien unos… ¿doce?
Que, una vez más, no me conocéis (aún), pero para que yo diga esto… Bueno, algunos de mis amigos y conocidos pensarían que es una señal del Fin de los Tiempos. Puñeta, que me he leído Anita Blake, y me lo he pasado como una mica, y hay libros que son una escena tórrida tras otra y tras otra, que sus novelas deberían venir con un extintor de incendios de regalo
Entonces, ¿por qué estas escenas cansan tanto, hasta el punto en que te encuentras más de una vez pensando: “Hombre, no, por favor
¿ya están fol…ando otra vez?”? Pues fácil: porque son todas exactamente iguales. Idénticas. A ver, vale, unas son de unos personajes, otras de otros, en unas la nena se agarra a un espejo y en otras a un arpa… Pero es que todos, absolutamente todos los personajes parecen salidos de un club de BDSM. Y el problema es que, como ya conocemos la historia, la única novedad que nos puede aportar la autora es definir más a los personajes a través de sus relaciones íntimas. Que, como escritora, lo encuentro un recurso fabuloso y lo defenderé delante de quien sea, porque no todos somos iguales encima de un colchón, y no va a f..ar igual una doncella del siglo XV, inocente y virginal, recién salida de un convento, que una bailarina exótica de Las Vegas adicta al sexo. No se comporta igual con una mujer un tipo tímido y acomplejado, que un dios del sexo con una lista de amantes más larga que su… ejem… brazo. Y todo lo que sirva para darle profundidad a un personaje, bienvenido sea, me lo apunto, muchas gracias… Al menos, yo creo que es así.
Pero aquí la autora ha desaprovechado por completo ese recurso. Por completo. Lejos de usarlo para darle más chicha a unos personajes sobradamente conocidos, los ha despersonalizado por completo, convirtiéndolos en marionetas de sus fantasías sadomasoquistas, hasta el punto en que, una vez que sales de las escenas de sexo, ya no te crees nada de lo que hagan. ¿Qué Eric está desesperado y loco de celos? Pues porque tú lo dices… ¿Qué Christine está enamorada de él? Pues bueno, pues vale, pues a mí qué me importa… A ver, ¿quién reconoce en la severa y controlada directora de las bailarinas al chucho desmelenado que se tira a los dos tipos a un tiempo? Tipos que, por otra parte, lo hacen exactamente igual a pesar de que uno de ellos es “un osito” (sic). Vamos, no me fastidies. ¿Cómo puede ser igual de dominante Eric que Philippe o que cualquiera de los otros dos muchachos mencionados anteriormente, ya puestos?
No. En serio, no. Así, no. Que el género erótico es tan digno como cualquier otro, y hay que cuidarlo un poquito. Y no es tan difícil: unas tramas creíbles, unos personajes con un mínimo de profundidad y, ya que el ochenta por ciento de tu novela va a ser sexo, pues al menos usa ese sexo para algo, no para contar una y otra vez lo mismo, o variantes de lo mismo. Demuestra que todas las personas son distintas cuando se quitan la ropa. Ayuda al lector a formarse una idea de tus personajes mostrándoles cómo son en la cama. Se creativo, se original, se realista… En lugar del “dime con quién andas y te diré cómo eres”, da un paso más y llega al “dime cómo fo..las y te diré cómo eres”. Y se puede hacer, en serio. Se puede. Y el resultado es fabuloso, al menos si te lee gente sin mucha mojigatería.
Total, que no. Que para mí son este tipo de novelas las que estropean el género. Y desgraciadamente, son mayoría…