Bueno, pues con vuestro permiso me doblo para poner la crítica.
Siento el retraso... problemillas con el ordenador.
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Crítica de NoéEl diluvio más anti-bíblico
Por Sasha
Sorprendente. Completamente inesperada. Casi impredecible. Y cuando estamos hablando de una historia como la del universalmente conocido diluvio bíblico, estos son unos calificativos que una no espera adjudicar a una producción de tales características. Y, sin embargo, esa fue la impresión que me acompañó durante las más de dos horas de metraje (139 minutos para ser exactos).
Es un diluvio nuevo, insólito, como nunca antes nos lo habían contado.
A algunos les parecerá que esta cinta no es en absoluto fiel a la Biblia y, sin embargo, lo es. Lo es, le pese a quien le pese.
Darren Aronofsky (
Cisne negro,
Réquiem por un sueño,
El luchador) dirige una polémica y personal visión del primer fin del mundo, para la cual ha escarbado en el
Génesis y ha rescatado versículos empolvados que escapan del conocimiento general de la Biblia. Y así consigue dar a la manida historia del diluvio universal un espectacular y polémico giro con el que toca temas tan espinosos como el asesinato a sangre fría, el incesto o el parricidio. Que a nadie le extrañe que hayan censurado esta producción en algunos países (Qatar, Bahréin, Emiratos Árabes Unidos e Indonesia… hasta el momento, pero bien puede ser un suma y sigue).
Es una apuesta arriesgada, desde luego, pero el controvertido director no se amedrenta y nos ofrece una revisión del clásico que puede ser más o menos acertada en su ejecución. El estadounidense parte de una premisa de sobra conocida. En un mundo devastado por el ser humano, a Dios le entra la neura y decide cargarse gran parte de su creación con una purificadora -aunque mortal- lluvia. Como intermediario, elige a Noé, un hombre humilde que emprende la hazaña de construir un arca y navegar junto a los inocentes sobre la destrucción durante cuarenta días con sus cuarenta noches.
Hasta ahí la historia que todos conocemos. Así es cómo nos contaban este pasaje bíblico una y otra vez en cada producción cinematográfica. Y así es cómo muchos nos esperábamos este nuevo intento.
Craso error.
Aronofsky expande el cuento de Noé con más sangre, más referencias bíblicas, más debates morales, más elementos fantásticos -a nadie le va a pasar por alto la incorporación de los
Guardianes-… y crea una nueva versión totalmente inesperada que, sin embargo, hace difícil clasificar esta película. Quizá el director, en un arrebato megalómano, abarca más de lo que puede y el resultado es una mezcla algo extraña, que desorienta al espectador. Aronofsky combina los géneros y nos confunde. ¿Qué estamos viendo? ¿Una reflexión ética y filosófica sobre las elecciones y los sacrificios? ¿Cine bíblico? ¿Una película épica? ¿Un producto visual para nuestros ojos? ¿Un alegato ecológico? ¿Una protesta contra el efecto adormecedor de las religiones? ¿Un filme apocalíptico? ¿Qué? Las intenciones de esta producción son tan ambiciosas que, por momentos, la historia se le escapa de las manos y parece no tener muy claro adónde nos lleva. Sin embargo, a pesar de esto, el resultado es interesante por el novedoso enfoque que le da el director, los nuevos elementos que introduce -sí, insisto en la incorporación de los Guardianes- y un reparto de lujo en el que algunos brillan más que otros.
En el papel de Noé, el primer ecologista, el mediador de Dios, está
Russell Crowe y está grande, enorme, magnífico. El actor consigue conectar con el espectador, que le sigue fielmente durante la primera parte de la película, creyéndole ese personaje justo, bueno y sacrificado que ya nos han contado. Pero como digo, Aronofsky no se para y descansa en los tópicos sino que escarba en la herida y reflota temas más que incómodos con los que consigue dotar a Noé de humanidad, verdadera humanidad. Y es que desde antes de la travesía, Russell Crowe nos sumerge en un viaje moral en el que es difícil trazar la línea que separa el bien del mal. El actor personifica a un Noé fiel a Dios y sus dictados, con el que nos entendemos, con el que incluso simpatizamos hasta que se desata el infierno, nunca mejor dicho.
Al llegar a la segunda parte de la película, poco antes de embarcar en la sombría travesía, Aronofsky nos destruye a Noé para reconstruirlo de otra manera. Ya no es el hombre bueno y justo que nos sabíamos. En la oscuridad del claustrofóbico navío, vemos a Russell cambiar de registro (o expandirlo) y personificar a un Noé estricto, despiadado, mortífero, incluso, fanático. Es el Noé de Aronofsky. El Noé más personal. El Noé más humano. El Noé más polémico.
El Noé más anti-bíblico.
Es un Noé que incomoda al espectador, al que no deja indiferente. Y a pesar de esto, hay que reconocer que Aronofsky podría haberlo destruido aún más. Pero el estadounidense se apiada del personaje y suaviza incluso la escena donde nos asombra con un Noé borracho. Sí. En la pantalla vemos cómo Russell Crowe se coge la primera cogorza del nuevo mundo en una escena que, por increíble que nos parezca, no sale del retorcido imaginario del director. No. Estos asombrosos minutos están recogidos en el Génesis donde se narran de manera menos compasiva hacia la figura de Noé y de Cam, el segundo hijo del protagonista, cuyo papel es esencial como impulsor de varios de los principales giros de la trama cinematográfica.
Y es que Noé, a pesar de que es un personaje en cuyas espaldas descansa gran parte del peso de esta historia, deja sitio para que los actores de renombre que le acompañan, le den la réplica. A diferencia de otras producciones diluvianas, en esta ocasión podemos adentrarnos en la familia de Noé y conocerlos mejor. Ya no son personajes de relleno, planos e insulsos. El director los moldea y les da una forma propia a cada uno de ellos, dejando que incluso desarrollen sus propias subtramas.
El eterno
Anthony Hopkins nos pilla totalmente desprevenidos con su inesperado y sorprendente papel de Matusalén, el hombre más longevo del Antiguo Testamento. Aranofsky se apropia de esta conocida figura para complicarle la vida a Noé y regalarle un arco argumental que se saca de la manga a
Emma Watson. La joven actriz potteriana se defiende en un registro dramático al dar vida a Ila, la nuera de Noé que, aliada con
Jennifer Connelly (Naameh, la mujer de Noé), logra poner en jaque al mediador divino, cambiando las reglas del juego y de la historia. Menos suerte tiene su marido ficticio
Douglas Booth (Shem, el primogénito de Noé) que apenas se luce en las más de dos horas y queda relegado a un papel que se va haciendo más pequeño y dispensable, incluso, según avanza la película.
Logan Lerman (Cam, el segundo hijo de Noé) consigue, en cambio, tener sus momentos en esta producción y se hace con la historia en varias ocasiones, creando varios puntos de inflexión que reconducirán y determinarán la acción de todo el filme.
Además de personajes bien construidos y tramas nuevas, el director incorpora la banda sonora de
Clint Mansell (
Cisne negro,
La fuente de la vida) que, sin llegar a brillar tanto como las de sus obras anteriores, da un buen acompañamiento a las imágenes épicas que nos regala Aronofsky.
Los buenos efectos especiales, los planos acertados y los movimientos de cámara magníficos hacen de esta película una producción apetecible visualmente que, en varias ocasiones, consigue remembrar estéticamente a obras como
El señor de los anillos o
Juego de tronos. Me quedan en el recuerdo secuencias como la lucha entre los Guardianes y el ejército de pecadores que encabeza
Ray Winstone (Tubal-Caín, némesis de Noé) o aquella en la que giramos sobre y alrededor del arca mientras el mundo entero llega a su fin. Maravillosa.
Noé seguramente no es la mejor producción de este año ni el mejor trabajo del afamado director pero, sin duda, es una versión espectacular e innovadora que, a pesar de ser caótica, desordenada, oscura y demasiado reflexiva, consigue mantenerse a flote durante más de dos buenas horas y hacer que no nos movamos de nuestros asientos.
Este es un nuevo fin del mundo que nadie debería perderse.