Me he puesto a buscar un fragmento, y me he quedado leyendo el libro, por poco vuelvo
—¡Cuidado! —le advirtió L, preocupada por los frágiles huesos de la dama,
aunque no tardó en comprender que su inquietud era innecesaria.
Lord se comportó con toda la ternura y el cuidado del mundo mientras
llevaba a su tía hasta el vestíbulo de la planta alta, donde volvió a dejarla en el suelo
con suma delicadeza. En cuando L llegó a su lado para sujetarla, él volvió a
bajar la escalera como una exhalación y subió la silla de ruedas.
—¿Algo más?—preguntó, mirando a L.
Ella negó con la cabeza.
—Buenas noches, querido—murmuró lady mientras él se inclinaba para
darle un beso en la mejilla—. Me alegro de que hayas venido, por muy corta que sea
tu estancia.
—Y yo también —afirmó su sobrino en voz baja, tras lo cual lanzó a L una
mirada elocuente.
A no pasó por alto la mirada que intercambiaron. Sí, sí... definitivamente, allí
estaba pasando algo.
¡Santo cielo! Los celos de su sobrino por el doctor y la treta de L de echarse
el vino encima para escapar de la mesa cuando la conversación de D tomó un
rumbo peligroso habían convertido esa noche en la más divertida de todo el año.
¡Qué bien lo había pasado!
Sentía el corazón alegre mientras su joven dama de compañía la ayudaba a llegar a
su dormitorio, situado al fondo del pasillo, y la asistía con paciencia mientras se
ponía el camisón. Entretanto, A cavilaba sobre cómo proceder. D y L
eran criaturas recelosas en lo referente a asuntos del corazón y sabía que debía actuar
con cautela.
M llegó con unas botellas de agua caliente que procedió a colocar entre las
sábanas, tras lo cual hizo una reverencia y se apresuró a salir con un ininteligible
buenas noches. Un instante después, estaba metida en la enorme cama con dosel
gracias a la ayuda de L.
—Ya está, señora —le dijo la muchacha mientras colocaba bien la colcha—. ¿Quiere
que le lea unos cuantos versículos de la Biblia antes de que se duerma?
—Siéntate conmigo un ratito, querida —contestó ella, dando unas palmaditas sobre
el colchón—. Me gustaría preguntarte algo.
L la miró con evidente aprensión; pero, obediente como era, se sentó en el borde
de la cama y aguardó.
A tuvo que esforzarse para no sonreír y, en cambio, adoptó su tono de voz
más cascarrabias para decir:
—Señorita , ¿estoy equivocada al suponer que la presencia de mi sobrino esta
noche en mi casa no es fruto de la casualidad?
La joven inclinó la cabeza al tiempo que hacía un gesto negativo con ella.
—No, milady. No lo está —reconoció con una mirada contrita—. Yo le escribí.
—¿Y qué le dijiste exactamente?
—No le mentí. Solo insinué que... que si no venía de inmediato, podría arrepentirse
—confesó, mortificada.
—Quieres decir que le hiciste creer que estaba a punto de estirar la pata, ¿no?
—¡Ya sé que fue deshonesto y de lo más indecoroso, pero he estado muy preocupada
por usted, señora! No me parece bien que la descuide de esa manera. Si fuera mi tía,
no dejaría que se pasara sentada aquí sola durante meses...
—No estoy sola, niña —la interrumpió con ternura—. Te tengo a ti.
La muchacha parpadeó con la expresión desconcertada de una cervatilla.
—Tú también cuentas, ¿sabes?
L estudió su rostro, sin saber qué decir.
A sonrió y tomó la juvenil mano de su dama de compañía entre las suyas con
el mismo cariño que si fuera su abuela.
—Esta noche voy a contarte un cuento nuevo, niña. A pesar de todas las historias que
te he contado sobre las hazañas de mi sobrino, hay un capítulo en particular de su
vida que nunca he compartido contigo. Sin embargo, algo me dice que ha llegado el
momento de que lo sepas.