No me tientes – Sylvia Day
Sinopsis
Simon Quinn puede seducir a cualquier mujer que se proponga, pero prefiere a aquellas que no se hacen demasiadas ilusiones, puesto que en su vida sólo tienen cabida el peligro y los placeres efímeros. Lynette Rousseau, que está dispuesta a hacer cualquier cosa para encontrar a su hermana Lysette, se infiltra en los círculos de espionaje que frecuentaba su gemela. Pronto se da cuenta de que Simon es el único que puede ayudarla, aunque el deseo que él le despierta podría esclavizar a Lysette de por vida… ¿Logrará Lynette llevar a cabo su propósito y protegerse de ese enigmático y atractivo hombre?
Ya sabéis que siempre que empiezo la crítica de una novela de Sylvia Day me pregunto lo mismo: «¿por qué leo yo a esta mujer?». Y os juro que sigo sin encontrar respuesta. El caso es que cada vez que veo una nueva novela suya voy de cabeza. Y no, no es enajenación mental transitoria ni nada parecido. Es que, en el fondo, aunque siempre le encuentro defectos, la verdad es que me entretiene. ¿Por qué? Ah, ni idea. Supongo que es lo de siempre: la magia de algunos libros radica en no saber por qué te diviertes con ellos, aunque lo hagas.
Y esta mujer es el máximo exponente de ese principio y esta novela no es la excepción. Me entretuvo mientras la leí, pero cuando me puse a analizarla le encontré de todo. Aun así, si regresara al día en que decidí leerla, volvería a hacerlo. Una vez más: ¿por qué? Ni idea.
Para empezar, sus argumentos siempre me parecen innecesariamente retorcidos. No es que tenga tramas complejas, no, que en el fondo son muy simples. Es que las retuerce tanto, que cuando te quieres dar cuenta, aunque sepas sin ninguna duda quién es el «malo» o qué ha pasado y cómo, al seguir las infinitas revueltas que los protagonistas, en su falta de sensatez, dan alrededor de la trama, se te olvida. Y aquí pasa justo eso. En la página cuarenta ya sabía quién era el malvado que se escondía bajo el seudónimo de L’Espirit, pero, a medida que intentaba seguir las dos historias paralelas (porque sí, hay dos, luego os contaré más sobre esto), casi se borró de mi mente.
Los personajes, como de costumbre, me parecieron casi indistinguibles. Y es que la Day tiene una serie de arquetipos que le funcionan y los varía muy poco de una novela a otra. Por supuesto, si te gustaron en el primer libro, pues seguirás reencontrándote con ellos como quien se reencuentra con un viejo amigo que no te sorprende, pero que siempre es agradable charlar con él.
Claro que, en esta novela, el problema de la repetición de arquetipos se agrava, porque sus dos protagonistas femeninas se llaman Lynette y Lysette. A ver, ¿en serio? ¿Dos personajes protagonistas (porque protagonistas son las dos, o al menos yo lo veo así) con nombres en los que sólo cambia una letra? Me da igual que sean gemelas, la verdad. Ya me parecería muy mala leche en la vida real por parte de sus padres ponerles nombres así; en una novela me parece una forma innecesaria de confundir al lector. Si no ya la norma, el sentido común dicta que intentes poner nombres que el lector pueda recordar y distinguir sin problemas, porque a la tercera vez que no sepa de quién le estás hablando, se va a acordar de tus deudos. Y por si os lo estáis preguntando, sí, a mí me vinieron a la memoria los familiares de la autora en más de una ocasión.
Y en cuanto a los protagonistas masculinos… Pues bueno, a Simon ya lo conocíamos y, como suele pasar, no se parece gran cosa a lo que recordábamos. Para mí, ha pasado de ser quien era, a convertirse en el arquetipo por excelencia de la Day. Claro que el segundo protagonista, el que se queda con Lysette (o con Lynette, no sé, no me lo hagáis mirar) empieza con la apariencia de un gafapasta despistado y también se convierte en ese arquetipo. Que, por cierto, y al hilo de las revueltas en la trama que os comentaba, sigo sin saber qué pintaba este buen hombre en la historia, aparte de servir de maromo para la hermana que se quedaba sola.
Y luego está el romance. Vale, me trago la atracción súbita, feroz, descontrolada y demás, pues porque me la tengo que tragar. Pero es que en las novelas anteriores Simon odiaba a Lyn… Eh… esa. Y en esta se la encuentra y se vuelve loco por ella en cero coma dos segundos. Vale, no es esa Lynloquesea, sino la otra, su gemela, pero es que él no lo sabe. Y es que no es normal, no me fastidiéis. Que una cosa es que te guste un gemelo y otro no, y otra muy distinta es que aborrezcas a una persona y, sin saber que es otra, de pronto te sientas tan atraído por ella que casi te das un revolcón con ella sin cruzar ni palabra. No sé vosotros, pero yo me voy de cabeza al psiquiatra. Bueno, no, yo no, porque dentro de mi locura soy normal y esas cosas NO me pasan.
Y lo mismo para la otra pareja. Dos segundos, un cruce de miradas y ya están enamoradísimos, y él tiene tal obsesión por ella, que es capaz de renunciar a lo que sea por mantenerse a su lado.
Definitivamente, algo he estado haciendo muy mal en mi vida, porque a mí estas cosas no me pasan. Que yo veo a un tipo, por bueno que esté y por simpático que me parezca, y no me entran ganas de fugarme con él a Las Vegas después del primer café. O antes, incluso. Que no, leches. Que si eso te pasa no es que tengas una suerte increíble, no: es que confundes la pasión con el mareo.
Supongo que esa pasión repentina e inexplicable por parte de las dos parejas es lo único que se le ocurrió a la autora para llevar a buen puerto dos historias de romance paralelas, con su trama de fondo y todo, en un libro de unas trescientas páginas, pero podía haber pensado otra cosa, si queréis mi opinión. Claro que, en mi opinión, también podía haberse centrado en una y a correr, pero claro, yo es que soy simple.
En fin, que si queréis pasar el rato, pues podéis leerla. Es Sylvia Day en estado puro, ni más, ni menos. Si os gustó alguna de sus novelas —o simplemente os entretuvo, que ya es mucho— pues esta va en la misma línea. Si no os gusta, pues nada, a otra cosa, que esta no es distinta ni os va a aportar nada que no hayáis visto ya.