DeDanna Ave César, las que van a sufrir te saludan
Mensajes : 18194 Edad : 103 Localización : El sofá Empleo/Ocios : El Mal Humor : Sarcástico, por supuesto. Inscripción : 01/08/2011
| Tema: Sedúceme — Sylvia Day Mar 29 Abr 2014 - 20:44 | |
| Sedúceme — Sylvia Day
Sinopsis A la implacable lady Maria Winter no le queda más remedio que recurrir a su belleza para averiguar por qué el famoso pirata Christopher St. John ha sidom puesto en libertad cuando estaba condenado a muerte. Por su parte, Christopher se verá obligado a utilizar sus legendarias habilidades de seducción para descubrir los secretos que esconde la joven y así poder salvar su vida. Atrapados en un peligroso juego de engaño y deseo, ambos están decididos a ganar su batalla. Lo que no podían imaginar es que cuando llegara el enfrentamiento final se rendirían incondicionalmente el uno al otro.
Cuando empiezo diciendo que estoy confusa con un libro, ya os podéis imaginar lo que va a suceder a continuación y ésta no va a ser una excepción. Porque de la confusión paso al cabreo y de éste —aunque sepa que eso me va a conseguir que me dejéis sufriendo sola— al desahogo más desaforado. Pero es que con este libro mi confusión ha alcanzado cotas inimaginables y por muchos motivos.
Para que después no vengan los que no han leído lo suficiente para entender lo que es el género satírico a acusar a mis críticas de ser poco respetuosas —algo un tanto extraño, la verdad, porque no se le puede faltar al respeto a un ser inanimado y yo jamás critico a los autores a título personal, sólo a los libros y de forma argumentada—, empezaré por uno de los motivos de mi confusión que es total y absolutamente objetivo: mi copia tenía un error de imprenta garrafal. Dieciséis páginas repetidas y mal colocadas. Es decir: la página ciento sesenta termina con esta frase: «…o cómo contratar a gente con habilidades más o menos» —sí, así, sin punto, sin terminar la frase, sin nada— y la siguiente página empieza con una línea de diálogo de otros dos personajes que nada tienen que ver con lo que estaba pasando... Y ya es la página ciento noventa y tres. Así llegamos hasta la doscientos veinticuatro, y volvemos después a la ciento noventa y tres. Y repetimos. Por suerte, al llegar a la doscientos veinticuatro de nuevo, la historia continúa sin más saltos, pero, primero, yo ya me había perdido todas las páginas que había entre la ciento sesenta y la ciento noventa y tres y, segundo, mi concentración se había ido a tomar unos chupitos para sacudirse el estrés. Y ya no volvió hasta el final del libro y sólo para ver si ya lo había terminado y podía dedicarse a otra cosa.
Y si sólo fuera eso, habría hecho un esfuerzo por intentar comprender lo que sucedía en esas páginas perdidas y me limitaría a señalarlo sin más. Pero, claro, como de costumbre, es que no sólo fue eso lo que me hizo perderme una y otra vez y salirme a patadas de la lectura cada doce páginas.
Para empezar, están los personajes, que, como ya empieza a ser habitual en esta autora, no hay quien los entienda. Ni a ellos, ni sus actos, ni sus motivaciones. De hecho, tuve que volver a leer mi crítica sobre el primero de esta saga —que ya había olvidado, por cierto— para saber si, de verdad, había dicho que el pirata me parecía un personaje interesante, porque viéndolo en su libro me parecía increíble. Y sí, lo había dicho. A saber por qué, porque en ésta es un tipo que ni comprendo, ni me interesa, ni me parece que tenga nada de especial... salvo su absoluta incoherencia. A ver, me encantan los piratas, lo reconozco, así que esperaba ver una novela con uno de esos marinos curtidos en mil batallas, comandando su nave bajo el pabellón de la calavera y las dos tibias, luchando contra la armada británica, bebiendo ron, saqueando barcos y dedicándose al contrabando. Y lo que me encontré fue un tipo en tierra firme, viviendo con un montón de gente «rescatada» —supongo que para demostrar que tiene un gran corazón— y comportándose como el típico noble apoltronado en el sofá, del que sólo sale para irse a la cama con María. Ni un barco. Ni uno pequeñito. Ni siquiera un triste bote de remos. Bueno, fue una decepción, pero podría haberlo superado, de no ser por todo lo demás y es que, vamos a ver, se supone que este tipo es más famoso que el pirata Roberts, que tiene a la agencia tras sus pasos desde hace eones y que se dedica a... pues eso, lo que he dicho, a cosas de piratas sin que nadie consiga atraparlo. Vale, sus motivaciones fueron muy nobles en un principio —¿No lo son siempre?—, pero ése es el personaje que la autora nos quiso pintar: despiadado, brillante, amoral y cruel y que come niños crudos para desayunar, a pesar de ser una bellísima persona en el fondo. Vale, pues el tipo ese, no sabemos muy bien por qué, se deja mangonear por un mindundi de la agencia que le dice que tiene un testigo en su contra. Hombre, por favor... ¿Eso es todo? ¿Me vas a juzgar y yo, pirata sanguinario donde los haya, voy a ir como un corderito a que me cuelgues? Sí, claro. Y para evitarlo, voy por ahí trabajando para ti y permitiendo que me toques las narices, porque soy así de tímido y sumiso. Vamos, no me fastidies. Que yo esperaba algo tipo «Siempre recordaréis este día como el día en que casi capturasteis al capitán Jack Sparrow» y me encontré con Mujercitas.
Y luego está María. En teoría, también tiene una personalidad depredadora como la de Christopher y es una especie de viuda negra que ya ha acabado con dos maridos. Bueno, no, claro. En realidad es una pobre mujer sometida a su padrastro, que la mangonea chantajeándola con el bienestar de su hermana. A ver, detengámonos aquí un momento: la chica lleva años buscando a su hermana para salvarse de las garras de su manipulador padrastro y, para ello, tiene una red de espías, de gente contratada a su cargo, de... ¿Y nadie consigue encontrarla? ¿En años? Pues ni que Inglaterra fuera tan grande, vamos. Y, aun suponiendo que esté mejor escondida que las minas del rey Salomón —lo que ya es mucho suponer—, a esa supuesta mujer inteligente, sagaz y dispuesta a todo cuando se trata de encontrar a su hermana no se le ha ocurrido pillar a su padrastro y darle una paliza de aquí te espero a ver si canta. Y si no, bueno, qué más da. Una vez que no pueda trasladar a su hermana, será más fácil localizarla, vamos, digo yo. Pero no, claro. Es mucho más fácil seguir haciendo lo que él dice. Yupi.
Así que, en una trama con más cabos sueltos que un pantalón vaquero cortado por las rodillas con una tijera de pescado, María debe espiar a Christopher y Christopher a María, con decenas de personajes dando vueltas por ahí e intentando cada uno de ellos manipular a los dos supuestos personajes inteligentes, decididos y dispuestos a todo.
Y, en el medio, se enamoran.
¿Cómo? Ah, no sé. Hay una tórrida escena de sexo —con sopapos y heridas de arma blanca incluidas— y luego ya no pueden vivir el uno sin el otro. De verdad, ¿no hay manera de hacer que la gente se enamore por algo más que por quitarse la ropa? A ver, que lo entiendo, que es erótica —bueno, eso dicen, porque tampoco es para tanto, la verdad, que se pasan más tiempo separados y sin poder tocarse que dedicándose al tema—, pero, no sé, algo más que «oh, esa relación sexual que hizo temblar los cimientos de mi existencia».
En fin, el caso es que están enamorados y llega el momento del sacrificio por amor, que siempre es muy bonito y muy empalagoso y hace estremecer el corazón de... del lector al borde del coma por sueño irrefrenable. Así que, después de doscientas páginas de secretos, mentiras, tramas y subtramas imposibles de seguir por lo absurdo, y de tres personajes manipulando a los protagonistas como marionetas, se resuelve todo en una escena de cinco párrafos digna de Agatha Christie y su manía de poner a todo el mundo en una habitación hasta que el asesino, probablemente al borde del suicidio por puro aburrimiento, confiesa hasta la talla de su camisa. El malvado confiesa en voz alta sus crímenes, los que manipulaban a uno y a otro también confiesan sus aviesas intenciones y el tercero en discordia llega para detenerlos a todos y ascender en su carrera.
Y fueron felices y comieron perdices.
Y yo me quedé con cara de «¿Ya? ¿Pero qué me estás contando?».
Para rematar mi estupefacción absoluta, en la novela hay historias realmente impagables, como la de la pérdida de la virginidad de María que, y me perdonaréis el anglicismo, es un WTF? en toda regla. O el que Simon, el antiguo amante de María viva tan tranquilo bajo su techo y, aun así, su padrastro consiga encontrarle maridos a pesar de su absoluta falta de discreción. Vale, ya no son amantes, pero yo tenía entendido eso de que las apariencias lo son todo y demás zarandajas y aquí las apariencias dicen que la tía es un pendón verbenero además de asesina no confesa, se mire por donde se mire.
En fin, el caso es que al final de la novela se nos adelanta que vamos a tener la historia de Amelia, la hermana perdida de María, y de Colin. Y sí, parece interesante. Y sí, tanto ellos dos, como Simon, son personajes de los que apetece leer más, pero la experiencia me dice que se van a ir al garete en su libro, como ya pasó en ésta con Christopher, pero creo que, aun así, seguiré con la saga. ¿Por qué? Pues ni idea. Supongo que porque, en el fondo, son libros fáciles de leer, que entretienen aunque los olvides y te desesperes con sus incoherencias argumentales. Y porque no hay mucha histórica erótica, la verdad.
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