Tras sufrir un desafortunado percance, Lena vaga por las calles de una ciudad enorme y desconocida en el otro extremo del mundo —Buenos Aires—, mientras se pregunta en qué momento esa escapada le pareció una buena idea. Quizás después de haber recibido un vídeo en el que su prometido retozaba con la stripper que amenizó su despedida de soltero. O tal vez tras la última discusión con su madre, al anunciarle que había decidido cancelar la boda. Cuando resolvió alejarse de Madrid por un tiempo, no imaginó que se encontraría en la situación en que ahora se encuentra, sin dinero y sin saber qué hacer.

Cansada, asustada y hambrienta, Lena baraja la posibilidad de darse por vencida y regresar. Cuando está a punto de rendirse, un delicioso aroma la conduce hacia un pintoresco café de barrio, atendido por un joven bastante impertinente que, al igual que todo en aquel lugar, resulta ser mucho más de lo que aparenta.

Novela ganadora del VII Premio Vergara.

Una novela que ha supuesto una agradable sorpresa.

Se trata de una trama sencilla y sin pretensiones, como vaticina la sinopsis, y a veces esas son las mejores historias. Tiene uno de esos argumentos sencillos que llegan al alma y, pese a que el punto de partida no es algo novedoso, es de los que siempre me apetecen leer. Es una historia bonita, tierna y dulce que, sin grandes aspavientos, engancha desde el primer momento porque sus personajes llenan la escena con su fuerte personalidad.

Como nunca he estado en Buenos Aires, no puedo asegurar sí la ambientación es correcta, lo que sí puedo decir es que no ha habido un momento en el que haya olvidado adónde nos había llevado Rita Morrigan. Las descripciones intimistas nos trasladan lejos de España sin esfuerzo, cuidando con miimo el lenguaje y las costumbres.

Siempre me han gustado las tramas en las que un protagonista sale de su elemento para encontrarse a sí mismo y en el proceso encuentra su lugar en el mundo, y esta historia tiene mucho de destinos cruzados y casualidades. Me han gustado sus alusiones a los finales felices de película y los fundidos en negro, las conversaciones sobre arte y arquitectura, y las que hablan sobre los distintos puntos de vista del amor.

En el fondo es una trama previsible y en estos casos el lector sabe que los secretos siempre se descubren, es algo inevitable, pero no me ha importado porque estaba atrapada en la historia y en un bar de la capital argentina.

Y es que la mayor parte de la trama transcurre en ese maravilloso bar y el conventillo de atrás, pero dista mucho de mostrar una atmósfera cerrada y casi se puede visualizar el lugar.

La mayor parte de la historia se ve a través de los ojos de Lena, en tercera persona, ella es la que pone en marcha la maquinaria decidiendo marcharse y eligiendo Buenos Aires casi por casualidad. Lena es una heredera española que descubre que su vida ha sido una farsa y decide cambiar de aires, pero su aventura no empieza de la forma deseada.

A pesar de su estilo de vida, Lena me ha gustado desde el principio, no es la típica niña rica que sólo piensa en fiestas y que al ver las miserías del mundo descubre que «fuera de palacio» la vida es distinta. Ella es una persona con los pies en el suelo y con un gran corazón, y tiene algo de artista bohemia, que después de un punto de inflexión decide tomar las riendas de su vida y con esa decisión no sólo cambia la suya.

Álex se nos presenta como el dueño malhumorado y maleducado de un bar que, sin embargo, tiende la mano a Lena cuando más lo necesita y ella no sabe cómo tomarse su carácter. Casi todo el libro se ve a través del punto de vista de Lena, pero es bonito ver cómo las reacciones de Álex ante ella delatan sus sentimientos. Hay un pensamiento muy emotivo y esclarecedor de uno de los secundarios del libro en el que nos aporta una razón para ese comportamiento: «Absolutamente fascinado, observaba cómo el hijo de sus mejores amigos enseñaba a servir una caña de cerveza, al mismo tiempo que intentaba con todas sus fuerzas no enamorarse».

Son dos protagonistas entrañables y una cosa que me ha gustado mucho en su relación es la forma de llevar el romance por parte de la autora, un bonito idilio que nace de forma pausada y que no es fruto del deseo, sino de la convivencia y del roce diario, del cariño, del respeto. Pero es una historia que tampoco carece de pasión, narrada con sensualidad y elegancia.

Y otro punto fuerte de la novela son los secundarios, que le dan color a la historia, pero siempre en un segundo plano. Entre Goldstein, Bukowski, Hilda y Aurora forman un grupo pintoresco y heterogéneo que se convierte en una familia para Lena, unos amigos que la quieren por cómo es. Tienen sus pequeñas historias y, en el caso de los dos primeros, le dan un toque cómico adorable.

El final nos devuelve a las alusiones a los finales felices y, aunque era algo que imaginaba, no por ello ha dejado de disfrutar de esta preciosa novela. Es un romance creíble y tierno con una recta final emotiva en la que la sencillez es un punto a su favor.

No había leído nada de Rita Morrigan, pero me han gustado mucho su narativa, sus carismáticos personajes y su sencillez expuesta con elegancia.

Y no quiero acabar estos párrafos sin decir que me han quedado ganas de probar el especial Príncipe Charles y esos cafés con corazones que contribuyen a encender la chispa entre esta magnífica pareja.