IV
—¿Podía repetir que vio, señor Jonas? —pregunté al testigo que presenció como el cuerpo del oficial de policía ocupaba el lugar del cuerpo de Richard Edwards en la cámara de la morgue.
—¿Tengo que volver a repetirlo todo? —preguntó—. Se lo he dicho a su compañero, inspector. Él habrá hecho un informe al respecto.
—Como superior del equipo forense sabe como funciona esto. Como inspector y jefe del caso tengo que tomarle declaración de nuevo; la memoria a veces se esconde. No es nuevo en esto señor Jonas, lleva muchos años trabajando con la policía.
—De acuerdo —dijo con una respiración profunda que daba a entender que no le apetecía, pero era la única manera para revelar algún detalle que se le hubiese olvidado—. Llegué de la cafetería con mi ayudante y cuando abrí la puerta sentí el olor característico de un cadáver condenado a muerte por la silla eléctrica. Encendí las luces y vi que todo estaba tal y como se había quedado antes de abandonar mi puesto de trabajo. Siempre se apagan al abandonar la morgue: las luces acelera la descomposición de los cuerpos y entre menos tiempo estén expuestos a la calidez de la luz, mejor.
—De acuerdo —simplemente dije. Ese detalle podría habérselo ahorrado, pero lo relataría de nuevo, supongo.
—Aunque estaba sorprendido por el olor, proseguí con mi trabajo con la siguiente autopsia.
—¿El cuerpo que tiene el rostro descubierto?
—Exacto, ese inspector —me decía señalándolo.
—¿Y el otro cuerpo? —le pregunté. Si había desaparecido uno, podría a ver desaparecido otro.
—Es de un accidente de tráfico de esta madrugada. Es irrelevante para el caso —nos acercamos al cuerpo del oficial Elliot, aislando los dos cadáveres restantes de la morgue—. Giré mi cuerpo para coger el instrumental de mi mesa para proseguir con mi trabajo y no cortarme con ninguno de ellos —relataba absolutamente todo, sin dejar ningún detalle por relatar—. En esa posición aprecié el rastro de sangre que está junto al pomo de la puerta, no apreciándolo al entrar por la falta de luz y el olor— el rastro de sangre estaba compuesto por una mancha principal que estaba rodeada de salpicaduras de sangre, como si fuese de otra agresión.
—Me imagino que esa sangre no estaba antes que abandonase la morgue, ¿cierto? —le pregunté.
—Cierto, no estaba. Rápidamente cogí el teléfono y llamé a la comisaría del distrito.
—¿Qué hizo después de realizar la llamada y avisarnos?
—Inspeccioné todos los cuerpos de la morgue. No es la primera vez que se adentran en una morgue para robar un cuerpo para realizar cualquier rito satánico. Sabrá tan bien como yo que para esos ritos suelen usar cadáveres... frescos —dijo en un tono diferente.
—Sí. Se ahorran exhumar en los cementerios —dije al conocer el modo en el que suelen actuar esos grupos satánicos.
—Como inspector sabía que con pocas palabras me entendería a la perfección. Fuimos abriendo una a una las cámaras viendo como estaban todos los cadáveres, desechando esa teoría fulminantemente. Pero nos llamó la atención como de la camilla donde estaba el cuerpo de Edwards caían unas gotas de sangre bastante frescas y existía un bulto bajo la sábana. Su cuerpo llevaba más de siete horas muertos y aunque le hubiesen llenado de cortes con mi bisturí, no debería de sangrar ni una sola gota.
—Lo sé. No soy licenciado en medicina pero sé que a las pocas horas a la sangre del cadáver le ocurre ese fenómeno.
—Los muertos no sangran. Este es el cuerpo que nos encontramos al destaparlo: Un agente de policía. Al revisar el cadáver hemos encontrado su documentación. Pertenecía a la comisaría del distrito nueve.
—¿No vio a nadie salir? —preguntaba incrédulo al ser imposible la ausencia de pistas en aquel caso. Nadie cometía un asesinato y salía del edificio gubernamental del estado de Georgia con un cadáver a plena luz del día sin que existan testigos. La única pista que teníamos era una marca de sangre en la pared.
—No inspector.
—¡Tápenlo, por favor! —dije al no poder soportar más mirar esa expresión post mortem que tenía ese agente de policía en su rostro, trastornando a mi mente cada vez que le miraba. Hubiese aterrado al escritor de terror más célebre. Rápidamente el ayudante del forense le tapó únicamente el rostro, dejando el resto del cuerpo a la vista para seguir examinando el lugar del crimen—. ¿Por qué murió con esa expresión? —pregunté a Jonas trastornado aún con su imagen retenida en mi retina.
—Me gustaría saber esa respuesta para poder dársela, señor inspector, créame. Como forense, la única explicación que puedo diagnosticar es que murió totalmente aterrado.
—¿Pero que vio? —preguntaba de nuevo al faltarme imaginación para saber que vio para morir con esa expresión en su rostro.
—¿Le puedo ser sincero? —asentí—. No me gustaría saber que vio para morir de esa forma. Como hombre de ciencia no creo en otra cosa que no sea terrenal; pero la ciencia es incapaz de explicar lo que vio antes de morir.
Su brazo descansaba sobre la camilla donde se extendía un río de sangre oscura por su superficie metálica, cayendo al suelo al rebosar uno de los bordes. Los dedos estaban completamente deformados, como si el asesino se hubiese entretenido en hacer formas irregulares con cada uno de ellos. Lo más espeluznante era ver como el hueso del brazo sobresalía como si tuviese incrustado un trozo de una flecha sobre su brazo. Era una imagen espantosa que me hacía revolver el estómago. Su arma reglamentaria descansaba uniformemente sobre esos dedos deformados—. ¿Le rompieron el hueso una vez estaba muerto sobre la camilla?
—No —dijo tajante—.La sangre sería más oscura por la falta de oxígeno. Quien le haya hecho esto se lo hizo mientras seguía con vida. Además señor inspector, ¿sabe cuánta fuerza hay que ejercer para romper el hueso radio del brazo? No es un palo que te encuentras en el bosque y puedas romper con las manos.
—¿Contra la pared? —la miré fijamente.
—Llevo minutos inspeccionando esa mancha con la mano del agente Elliot y encajan perfectamente.
—¿Quiere decir que le rompieron la mano y el brazo contra la pared?
—Sí. Las salpicaduras corresponden al hueso del brazo al romperse, salpicando la pared mientras que la mancha principal corresponde a los dedos de la mano. Incluso, hemos encontrado fragmentos de hueso al inspeccionar ese rastro con la lupa. No hay duda, el arma que se utilizó fue la pared.
—¿Me quiere decir que se partió la mano y el brazo contra la pared?
—Sí.
—¿Pero quién se rompe de esa manera la mano y el brazo así mismo?
—Ese es su trabajo. El mío es explicar el cómo, no el por qué.
—¿Esa marca? —Era una marca que tenía sobre su piel, muy cercano al pulmón derecho. Era similar a una especie de “x”, como dos figuras entrelazadas entre ellas colocadas superpuestas.
—Fue en lo segundo que me fijé. Mi ayudante y yo la hemos revisado muchas veces y no hemos sido capaz de averiguarlo. Sólo puedo decirle que se hizo con algo bastante afilado —señaló a sus herramientas, dándome a entender que no utilizó ninguna por la falta de sangre en ellas.
—Señor inspector —interrumpió uno de mis agentes—. Sabemos el móvil por el cual el agente Elliot estaba aquí con su arma. El asesinato por el que condenaron a la silla eléctrica a Richard Edwards fue un agente de policía.
—Sí Joe, al agente James —Joe era desde hacía tiempo mi mano derecha, un agente que en mi ausencia sabía que podía confiar en él para llevar cualquier caso.
—Pero resulta que el agente James y el agente Elliot llevaban más de quince años siendo compañeros en su comisaría. Según nos han contado, eran como hermanos.
—¿Me quieres decir que vino hasta aquí para realizar alguna especia de venganza al cuerpo de Edwards?
—Sí, señor.
—¿Puede comprobar cuántas balas tiene esa arma, señor Jonas? —le pregunté al forense. Estaba esclarecido el móvil del agente Elliot en la morgue, pero quería saber cuántas balas tenía el cargador. Si entró para vengarse, deberían faltar algunas balas.
—¡Está lleno! —exclamé cuando abrió el cargador—. Si su móvil era la venganza, ¿por qué no gastó ni una de sus balas? ¿Quién viene a vengarse con un arma y deja el cargador lleno? Alguien a quien interrumpieron antes de llevarla a cabo —dije como si lo pensase de nuevo.
—Tengo una hipótesis, señor inspector —dijo Joe rápidamente.
—Bien. Quiero oírla —le dije expectante. No teníamos nada y cualquier teoría podría servir para empezar con la investigación.
—Puede haber sido obra de un imitador de Richard Edwards. Sus padres eran unos asesinos bastante conocidos en nuestro estado y vino para llevarse su cuerpo para realizar cualquier tipo de ritual satánico. Pero no se esperaba que el agente Elliot estuviese aquí dentro y le sorprendió. Empezaron un forcejeo y acabó con su vida.
—¿Y le rompió el hueso en el forcejeó para quitarle el arma? No tiene sentido —era la primera hipótesis que teníamos, pero tenía muchas lagunas.
—No hemos encontrado signos de ningún tipo de forcejeo. Las únicas heridas son las que veis. Si hubiese existido un forcejeo, sobre la piel del cuerpo existirían hematomas y otras heridas.
—¿Y el arma homicida? El único signo visible es la rotura del hueso del brazo. Y nadie se muere por esa razón, y mucho menos en el transcurso de apenas veinte minutos.
—¿Y si le inyectó alguna especie de veneno? —continuaba con su hipótesis, intentando que cobrase vida aunque tuviese lagunas.
—Inspeccionando el cuerpo no hemos encontrado rastro de ningún tipo de inyección —respondía Jonas, tirando al suelo su teoría—. Tengo que practicarle la autopsia para saber el motivo de su muerte. A simple vista, lo único que puedo verificar es que le destrozaron los dedos, el hueso del brazo y nada más. Lo siento. Y como muy bien ha dicho señor inspector, nadie se muere por cinco dedos y un hueso roto en pocos minutos. Incluso, una persona podría seguir con vida con esas heridas transcurridos varios días. Primero, se inflamarían; luego empezaría a tener una fiebre alta; y, finalmente, moriría al infectarse la herida y morir con terribles dolores.
—¿Y si le dio una muerte súbita? No sé cómo se llama clínicamente —una nueva teoría había sobre la mesa al imaginarme esa razón.
—¿Se refiere a la catalepsia?
—Sí.
—¿Y al abrir la cámara se sobrecogió al ver como seguía vivo? —dijo como si estuviese leyendo mi mente.
—Exacto. Esa cara de terror quedaría explicada. ¿Quién no moriría con esa expresión al ver como se pone de pie un muerto? —mi teoría fue ganando terreno.
—No es del todo imposible. Existen casos en que el condenado sobrevive a la silla eléctrica. Pero, ¿nadie se fijaría en un hombre desnudo con la piel parcialmente quemada y con uno de los ojos ensangrentados? No hay ropa en esta sala. Nuestras batas nos la llevamos a la cafetería y como se aprecia, el agente Elliot mantiene su uniforme policial intacto. Sería como una de esas películas que están de moda para los jóvenes sobre muertos vivientes. Llamaría tanto la atención que dejaría terror en cada uno de sus pasos—en una sola frase hizo que mi teoría fuese más parte de un guion de película que una teoría policiaca de un inspector de policía.
—¿Desde dentro se puede abrir las cámaras? —pregunté inspeccionando el mecanismo de apertura de la misma.
—No. Es imposible abrir una cámara desde el interior. Una vez se queda cerrada, no existe manera desde el interior de abrirla: simplemente, no existe mecanismo en el otro lado.
—¿Y si resucitó? —esas palabras eran del cadete Joan. Un joven que se acaba de licenciar.
—Somos policías, no exorcistas, cadete —le respondí arduamente, aunque era la teoría que se nos había cruzado por la mente a todos nosotros en algún momento. Pero como dijo Jonas somos hombres de ciencia, y la ciencia no contempla la resurrección. Se esclarecería el caso rápidamente: muerto resucita de la morgue y mata a un agente de policía. Me estaba imaginando los titulares de los más prestigiosos periódicos del mundo, centrados en nuestro estado de Georgia—. Joe llama a la central y averigua el círculo más cercano de Edwards y de la familia Monson —sabía que no existían tales personas, que la familia Monson siempre estuvieron ellos tres solos.
—De acuerdo inspector —simplemente asintió.
—Lo que nos falta no son pruebas, si no, una persona.
—¿Una persona? —La cara de Joe mi miraba al preguntar.
—No podemos descartar nada, a excepción de la resurrección —mi tono no llegó a ser burlesco; se asemejaba más a un tono insinuante por la teoría del cadete—. ¿Alguien está revisando las cámaras de seguridad del recinto y las del alrededor?
—Sí inspector. Se está encargando los agentes Jack y Meyers. Lo último que supe es que tenían en su poder todas las cámaras del recinto, pero tardarán horas en rebobinarlas todas en la sala de control hasta la hora exacta de la muerte.
—¿Son buenos?
—Los mejores que tenemos en la comisaría. Además, el equipo de seguridad del edificio les está acompañando.
—Bien. Diles que en cuento hayan rebobinado todas y tengan las imágenes, quiero que me localicen inmediatamente.
—Si inspector.
—No importa la hora que sea. Quiero estar informado —dije tajante.
—Ahora mismo les aviso por radio —dijo mientras agarraba el walkie talkie para empezar a recitar cada una de mis palabras a los agentes Jack y Meyers.
—¿Cuándo habrá terminado con la autopsia de Elliot? Necesito saber señor Jonas lo más rápido posible cómo murió —a diferencia de Joe, a Jonas le hablaba con un tono menos autoritario. No era ninguno de mis agentes que obedecían cada una de mis órdenes.
—En pocas horas habré finalizado con la autopsia y mañana a primera hora tendrá el informe sobre la mesa inspector.
—No. Quiero que en el mismo segundo que descubra la causa de su muerte, esté marcando el número de mi casa. Tenga. —Saqué de mi cartera una de mis tarjetas con el número privado de mi casa. La comodidad de dar una tarjeta superaba al apuntar en cualquier trozo de papel mi número.
—No creo que le llame más tarde de media noche. —Cogió la tarjeta y la colocó en el bolsillo de su bata—. ¿Puedo hacer algo más por usted? Si la respuesta es no, le agradecería que abandonase mi lugar de trabajo para empezar con ello —me decía volviendo a dejar al descubierto su rostro mientras que acercaba la mesa con el instrumental forense.
—Espero su llamada —dije abandonando solo la morgue.
Joe se había marchado hacía la sala de control para agilizar los rebobinados de las cintas de seguridad con Jack y Meyers. Crucé al pasillo y subí las escaleras hasta la planta principal donde aprecié como todo el personal de la planta estaba ajetreada, creando corrillos donde murmuraban acerca del asesinato ocurrido minutos antes.
—¿Cómo va los interrogatorios Marcus? —pregunté a uno de mis agentes que se estaba encargando de los interrogatorios del personal del edificio gubernamental.
—Ninguno vio entrar a Elliot, ni sabían que estaba aquí dentro. Hemos llamado a su comisaría y nos dijo que se había tomado parte de la mañana libre. Nunca lo dijo pera todos han dado la misma respuesta.
—¿Cuál?
—Estuvo esta mañana presente en la sentencia de Richard Edwards.
—¿Lo habéis colaborado con la prisión estatal?
—Sí. Los funcionarios verifican que una persona con la descripción de Elliot estuvo presente con una foto en su sentencia.
—¿Una foto? ¿La del agente James?
—Eso creemos. Estamos intentando contactar con la mujer de James. Los funcionarios vieron como se despedían al terminar la sentencia.
—¿Habéis dado con ella?
—Aún no. Una patrulla ha salido hacia su dirección para hablar con ella. Cuando tengamos más información le informaré inspector.
—¿Quién fue el último en verle con vida? —pregunté al ir resolviendo poco a poco las dudas del caso.
—Sus compañeros en la comisaría. Pero todos concuerdan que salió sobre las cinco de la tarde y nadie supo nada más de él hasta que hemos empezado con el interrogatorio.
—¿Le dijo a alguien donde iba al salir de la comisaría?
—No. Se despidió como un día cualquiera. Pero es interesante cuando hemos averiguado que en su turno no salió a patrullar, quedándose de forma voluntaria en la comisaría para hacer papeleo.
—¿Qué agente se queda de forma voluntaria para hacer papeleo?
—Uno que lo utilizó como coartada.
—¿Qué clase de coartada? —pregunté a Marcus.
—Estuvo toda la mañana haciendo llamadas telefónicas hasta que dirigió una de ellas a su despacho.
—Quiero el registro de todas esas llamadas telefónicas y sobre todo la llamada que desvió a su despacho.
—Esa ha sido la primera llamada que le hemos pedido a la compañía telefónica. Sabemos a dónde llamó.
—¿A quién?
—Aquí.
—¿Llamó aquí? ¿Para qué llamaría Elliot... al lugar dónde estaba el cadáver de Edwards? —la segunda parte de la pregunta la ralenticé, como si la repitiese en mi mente—. ¡Alguien le ayudó desde dentro para adentrarse en la morgue! —las preguntas del caso iban cayendo al igual que las piezas de un tablero de ajedrez a medida que se acerca el jaque mate—. ¿A qué hora realizó la llamada?
—Pocos minutos antes de las cuatro de la tarde.
—¿Cuánto duró la llamada?
—Menos de siete minutos.
—¿Menos de siete minutos? Eso significa que lo tenía todo planificado y la persona a la que llamó sabía que podía hacer que entrase.
—Hemos hecho venir al personal que falta en el turno de mañana para colaborar sus coartadas. El personal que sigue de ese turno dice no saber nada de esa llamada. También hemos averiguado que solo existen dos entradas para acceder a la morgue.
—Lo sé Marcus. Este edificio me lo conozco bastante bien. No es la primera vez que vengo para ver un cadáver. Uno de los accesos es la escalera del montacargas y la otra es la puerta que da el acceso a la parte trasera del edificio donde se encuentra el muelle de carga para los cadáveres. Puedes irte a tu casa Marcus, no hace falta que sigas con los interrogatorios. Yo voy hacer lo mismo.
—¿Y el personal del turno de mañana que están por venir?
—Cuando vengan que les digan sus compañeros que lo siente la policía por haberlos hecho venir hasta aquí, pero ya sabemos quién dejó entrar a la morgue al agente Elliot.
—No lo entiendo inspector.
—Cuando Jack y Meyers hayan acabado con las cámaras de vigilancia, lo sabremos. Una de las cámaras está situada en la parte trasera del edificio y la otra en el pasillo que da acceso a su interior. Son las ocho de la tarde. Yo me voy a ir a mi casa a dormir un poco hasta que rebobinen todas las cintas de seguridad. Te aconsejo lo mismo Marcus, esta noche va a ser larga.
—De acuerdo —asintió Marcus acercándose al personal presente.
Abandoné el edificio por la puerta principal y volvía respirar el aire de la calle, olvidando el aire mortecino que llevaba minutos respirando en la morgue. Arranqué el coche y me fui a mi casa a descansar como le había comentado a Marcus. Cené temprano acompañado de mi mujer y me acosté.
—Me acaba de acostar Robin —dijo mi mujer en la cama cuando se le rompió el sueño al sonar el teléfono.
—Es de la comisaría. Vuelve a dormir —era cerca de media noche—. Inspector Robin al habla.
—Siento llamarle a estas horas inspector, pero nos dijo que le avisásemos en cuanto viésemos las cintas de seguridad.
—¿Habéis visto los vídeos?
—Sí. Acertó al decir quién dejó entrar a Elliot. Era un funcionario del edificio.
—Mandar una patrulla a su casa y que cante —sabía las horas que eran, pero la policía no tenía horario a la hora de resolver un crimen—. ¿Y el asesino?
—Eso es lo raro inspector. Prefiero que usted mismo lo vea —dijo con un tono de asombro.
—Estaré allí lo antes posible —dije colgando el teléfono.
—¿Tienes que salir ahora cielo? ¿No pueden esperar unas horas hasta que amanezca? —dijo con la voz somnolienta—. Quédate un ratito más. La cama se enfriará si te vas.
—Sabes como es mi trabajo, no espera. Tienes una bolsa de agua que da calor —le dije graciosamente.
—No hagas mucho ruido, el niño está durmiendo —se refería a nuestro pequeño, tenía cuatro años.
Me vestí con el mayor silencio que pude haciendo que el niño no se despertase, saliendo de mi casa con las llaves del coche. En menos de veinte minutos estaba en la sala de control del edificio judicial.
—Buenas noches inspector —dijo Meyers—. ¿Quiere un café?
—Sí, gracias Meyers. ¿Han llegado la patrulla a la casa del cómplice?
—Sí inspector —respondió Joe—. Nos han avisado hace unos pocos minutos por radio que acaban de llegar.
—Cuando acaben con su interrogatorio lo quiero saber todo.
—Son conscientes inspector.
—Este es el cómplice que dejó entrar a Elliot al edificio. —me decía Jack. En una de las cuatro pantallas de la sala de control estaba congelada la imagen de la persona que dejó entrar a Elliot.
—¿En cuántas cintas aparecen?
—Sólo en dos. Aquí se aprecia como a las siete en punto Jonas y su ayudante abandonan la morgue como explicaron esta tarde. Dos minutos después se ve como el cómplice baja las escaleras y se encamina hacia la puerta trasera donde estaba Elliot esperando. Abre la puerta y mantienen una breve conversación.
—¿No se puede oír la conversación?
—Señor inspector, las cámaras de vigilancia solo pueden grabar, no registrar sonidos —explicó Meyers—. Elliot entra en el interior y se dirige a la morgue mientras el sujeto vuelve por las escaleras hacia la planta de arriba.
—¿Y el asesino? ¿Cuándo aparece en escena? —le pregunté como si estuviese sentado en una de las sillas del cine.
—Ahora lo verá.
Impacientemente vi como iba rebobinando con aquella lentitud los segundos las cámaras de seguridad.
—¡No puede ser! —exclamé cuando vi que seguía rebobinando cuando Jonas y su acompañante entraron. Minutos después entramos nosotros—. ¿No hay más cámaras?
—No inspector. Son todas las que existen.
—¡No puede ser!. Se ve claramente como entra Elliot, pero no se ve como sale nadie … a no ser que... quiero a todos mis agentes del edificio cubriendo todas las salidas. Jack llama a la comisaría y que vengan todas las patrullas disponibles. ¡El asesino sigue en la morgue! Ha jugado todo este tiempo con nosotros.
—¿Cómo es posible? —preguntó Joe.
—Se habrá camuflado en algunas de las cámaras de la morgue, haciéndose pasar por un cadáver.
—Pero si Jonas dijo que no se podía abrir desde dentro.
—Pero sí desde fuera. Jonas abrirá la siguiente cámara y se lo encontrará. ¡Están indefensos! Joe acompáñame, rápido —le dije.
Bajamos a la morgue y abrimos la puerta mientras pronunciábamos el nombre de Jonas y Nick; aún seguían dentro, ninguno le vio salir del edificio.
—¡Mierda! —dije al ver los cadáveres de ambos en el suelo.
Sus batas blancas estaban cubiertas de sangre, rociando el suelo con ese mismo color. El cuerpo del ayudante tenía el cuello cortado y el bisturí de Jonas clavado en uno de sus pulmones; mientras que el de Jonas... tenía la cabeza degollada, descansando pocos centímetros de su cuerpo. Sobre el cuello sobresalía el mango de una espada que simulada su cabeza, como si fuese el ritual de una civilización muy antigua. Ambos tenían las mismas marcas que el agente Elliot, pero en lugares diferentes. El ayudante tenía la marca en la frente, mientras que Jonas la tenía en su mano derecha. Inspeccioné cada una de las cámaras, pero todos eran cadáveres de verdad, siendo imposible que un cuerpo vivo sin ropa estuviese a esa baja temperatura. El informe de Jonas estaba sobre la mesa. ¡El asesino le había dejado que terminase con la autopsia de Elliot! Ponía que la muerte fue por una parada cardiovascular y que la marca sobre su pecho y las que tenían ahora ellos dos también, eran dos letras: una R y un E.
—¡Están calientes inspector! —me dijo Joe al tocar sus cadáveres pocos minutos antes de la una de la madrugada—. El asesino no puede estar muy lejos.
—¡Sube arriba! ¡Yo saldré por la puerta y lo buscaré en la parte trasera! Jack, Meyers, volver a revisar las cintas de seguridad. Pero esta vez quiero que solo rebobinéis la última hora y media de la cámara que enfoca la puerta de la morgue.
Las patrullas llegaron casi de inmediato. Se hizo una búsqueda a kilómetros a la redonda sin ver nada más sospechoso que algún vagabundo y de alguna parejita en los parques demostrando su amor.
—Vuelvo al edificio y me reúno con vosotros. Quiero verle la cara a ese hijo de puta —dije por la radio del coche patrulla.
Al entrar en la sala de control veía como seguían trabajando sobre el rebobinado de las cintas para su visualización, teniendo que rebobinar nuevamente toda la cinta. En aquella ocasión solo hacía falta rebobinar la última hora y media, siendo bastante más rápido que la vez anterior. La puerta se veía intacta todo el rato hasta que se abrió.
—¡Imposible! —dijo Jack cerca de un ataque de nervios.
—¡No puede ser! —dijo a la misma vez Joe—. Es Richard Edwards.
No existía duda alguna, se trataba de Edwards. Se podía observar sus huellas calcinantes por su piel producidas por la silla eléctrica junto con ese ojo ensangrentado. Las imágenes mostraban como salía completamente desnudo cubierto por charcos de sangre sobre su pecho y rostro. Antes de perderse su sombra en la cámara de la puerta trasera a las doce y veinte de la noche, se paró y la miró fijamente sonriendo, como si supiese que íbamos a verle en la cinta. Nos llevaba dos horas de adelanto al salir a las 00:30 de la morgue. El equipo técnico tardó alrededor de cuarenta minutos en rebobinar ambas cintas donde salía Edwards.