No conozco el libro, ya lo había encontrado antes pero como el título estaba en inglés pensé que no era, las iniciales ayudaron...sigo
De pronto, se llenó de una rabia oscura. Lo creía una bestia; quizás era el momento de actuar.
Quitó una mano del hombro del vestido.
—Estas ropas me ofenden, sajona. Quítatelas.
La delicada línea de sus labios se abrió, luego se cerró con un chasquido.
—¡No... no puedo! ¡No lo haré!
—Y yo digo que sí —era tan severo como ella testaruda.
—¿Y si no lo hago? ¿Me golpearéis de la manera en que vuestros hombres golpearon a SOLDADO?
XY apretó los dientes.
—Por Dios que me tientas mucho. Y harás lo que te digo, porque yo te lo pido. No, porque te lo ordeno.
—No...
—Me niegas el placer de tu cuerpo... —sin piedad, calló la negativa que brotaba de sus labios—. Sí, lo hiciste. Lo haces, y lo sabes bien. «Por favor», dijiste. «Por favor, no». Bien, puedes ocultar tu cuerpo pero no lo ocultarás de mi mirada.
Sus labios temblaron. Tenía que forzar las palabras para que salieran de su boca:
—Dios os juzgará, normando.
—¿Dios? ¡Vaya! Viniendo de ti, es gracioso. Mis hombres creen que eres una bruja y vosotros los sajones creéis que soy el mismo demonio. Toda una combinación. ¿No es cierto? Pero por ahora, sajona, tu vestimenta... y hazlo con rapidez.
Había algo en su tono que exigía que le hiciera caso. Poco a poco, con rigidez, se inclinó, quitándose las ligas de las rodillas, y luego las medias. Continuó con el vestido, y muy pronto con la camiseta raída. Sus manos temblaban mientras apartaba aquella barrera final, hasta que por fin quedó de pie, desnuda ante él. Desnuda... y avergonzada.
No había escapatoria al contacto de esos ojos cristalinos. Durante algunos segundos eternos, la miró hasta hartarse, una exploración ardiente que no dejó ninguna parte de ella sin tocar. En toda su vida nunca nadie, excepto su madre, la había visto tan expuesta. Cerró los ojos, avergonzada más allá de cualquier cosa que hubiera conocido antes.
El sonrió.
—¿Qué dirías, sajona, si te pidiera que me hicieras lo mismo a mí?
Sus ojos se abrieron de golpe.
—¿Qué? —gritó con asombro—. ¿Qué os desvista?
—Sí.
Se le escapó algún sonido, no sabía cuál. El pensamiento de quitarle la vestimenta a su cuerpo de guerrero, rozando las manos por su carne musculosa... Su estómago se retorcía de manera extraña. Temblaba, sin ser consciente de que sus manos subían para proteger las curvas suavemente redondeadas de sus senos.
—¿No? Entonces otra vez será.
Estaba conmocionada por sentir los nudillos de él contra el calor ardiente de sus mejillas.
—Te rendirás ante mí, sajona —dijo en voz baja—. Por ahora, sólo te exigiré un beso.
—¿Un beso? A mí no me engañáis —se desahogó en voz baja—. Haré lo que deseéis...
—Vaya, pero si te tomara ahora, no harías más que martirizarte. Tú serías la herida, y yo un infame.
—¿No es eso lo que sois? —era su turno de citarlo—«Nosotros somos los conquistadores, y vosotros los conquistados». Esas fueron vuestras palabras, normando. Y yo... yo os odio por ellas.
Ignoró esto último.
—Y me agrada que lo recuerdes, dulce bruja. Sin embargo, por ahora te exigiré el beso que aún tenemos que compartir.