DeDanna Ave César, las que van a sufrir te saludan
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| Tema: El templo del caído - M.D. Nika Jue 16 Feb 2012 - 21:25 | |
| El templo del caído
M.D Nika
Sinopsis: Ángeles que han perdido sus alas blancas para convertirse en tentación de los seres humanos, pasan desapercibidos entre la gente desempeñando una ingrata labor vital. Viven resignados a un destino, a una condena en apariencia satisfactoria si el amor no interfiere. Caliel, uno de estos ángeles caídos, conoce bien sus obligaciones y las lleva a cabo con obediente resignación hasta que la darcángel que le sentenció a cargar con sus alas negras, aparece de nuevo en su vida, pero con una terrible condena que congela su corazón.
Resentimiento, venganza… rendición, entrega y lucha trazarán el camino de la tortuosa historia de amor del darcángel y Kristel. Con el apoyo de su mejor amigo Maikel y las cuestionables intenciones de Amy, este romance dará pie a la rebelión de los darcángeles con la libertad como leit motiv.
Llevo varios días dándole vueltas a cómo orientar esta crítica, y todavía no lo tengo muy claro, a pesar de que cuando llevaba unas diez páginas leídas creía saberlo. Y me molesta. Mucho. Me molesta porque normalmente siempre sé lo que voy a decir sobre un libro en las primeras páginas, y rara vez altero mi opinión. Porque en pocas páginas puedes ver el estilo, puedes ver la buena o mala mano del autor, puedes hacerte una idea de cómo va a estructurar su historia, y si ésta va a merecer la pena o no.
Cuando empecé El templo del caído, lo primero que pensé fue que me iba a sorprender de una forma muy grata. El estilo de M. D. Nika es muy personal, y para nada malo. Quizá un poco demasiado forzado en ocasiones, como si midiera cada palabra, cada expresión hasta que la frase quede exactamente como ella quiere que quede, algo que me suele molestar, pero que se acaba solucionando con el tiempo y la experiencia en la mayoría de los autores, así que no es preocupante. Y, en general, me gusta como escribe. Creo que tiene una voz propia y perfectamente distinguible, y eso es tan difícil de encontrar que, aunque su estilo no fuera de los que suelen atraerme, lo alabaría igualmente.
La historia es interesante: ángeles caídos que se han visto forzados a pasarse al “otro lado”, que, en lugar de servir de guarda a los mortales, se dedican a tentarlos para así equilibrar la balanza entre el bien y el mal; los personajes están bien definidos y son coherentes, algo por lo que siempre suplico en cualquier lectura; los diálogos son bastante buenos, otra cosa que me parece imprescindible en una novela; la historia se cierra, tiene un punto final a pesar de ser la primera de una trilogía, aunque nos da un anticipo de lo que vamos a encontrarnos, de cuáles han sido las consecuencias derivadas de lo que hemos leído. Bien. Eso también es bueno. Odio que la trama principal de un libro se cierre en falso, dejándome meses de espera hasta ver la conclusión. No me molesta, sin embargo, si es la historia de fondo la que queda abierta, como en este caso. Me parece perfectamente lógico y perfectamente válido.
Otra cosa buena es que comprendo a los protagonistas. Que entiendo su historia, sus dudas y su desesperación. Que puedo empatizar con ellos. Entiendo que Caliel haya alimentado durante siglos el odio hacia Kristel, y entiendo que, al verla, olvide ese odio y establezca una —difícil— relación con ella. Entiendo su angustia al descubrir que ella no puede quererlo. Entiendo por qué hace todo lo que hace, por qué lo hace ella, y eso me encanta. Quizá me resulta más complicado creerme la historia de los secundarios Maikel y Gabriela. Me parece demasiado apresurada, demasiado intensa, demasiado repentina y precipitada. Comprendo que lo que se deriva de esa historia es imprescindible para completar la trama, para darle el giro de tuerca final, pero me cuesta creérmela porque todo ocurre demasiado rápido para mi gusto, rompiendo el tempo que la novela seguía hasta ese momento. Controlar el ritmo a la hora de contar una historia, racionar la información, presentar sin prisas lo que sucede es lo más difícil en esto de aporrear teclas, y lleva lo suyo dominarlo, así que, una vez más, le echaré la culpa a una cierta “inocencia” por parte de la autora, que confío que se solucionará en los libros venideros.
Entonces, ¿cuál es el problema? Si la prosa es buena, si la historia es buena, si los personajes son atractivos… ¿Qué es lo que me ha atascado a la hora de hacer la crítica? Pues, por desgracia, un detalle que a muchos les parecerá banal, pero que a mí personalmente me saca de mis casillas: la ortografía y la gramática.
Reconozco que soy una auténtica víbora con ese tema. Sí, lo reconozco. Y también confieso que muy rara vez me he encontrado un libro en el que no hubiera ningún fallo. Muy, muy rara vez. Porque, no sé si por suerte o por desgracia, tengo muchísimo ojo para captar los errores ortográficos y gramaticales, y estos suelen saltar de las páginas ante mis ojos para morderme directamente en la yugular. Como ya me conozco, procuro controlarme y no comentar pequeños errores puntuales, pero es que en este caso, hay errores que ni son pequeños, ni son puntuales. Al principio sólo localicé algún fallo en la puntuación y las mayúsculas en las rayas de diálogo e intenté no prestar atención porque, y esta vez sí sé que es por desgracia, se trata de fallos muy comunes. Eso no los hace más disculpables, cierto, pero es lo que hay. La cosa empeoró cuando empecé a echar en falta varias comas de vocativo, que ya me parece mucho más grave. Unas cuantas páginas más tarde, mis ojos se toparon de golpe con un laísmo de esos que rechinan muchísimo y, pocas líneas después un “cuanto menos” —la fórmula correcta es “cuando menos” cuando nos referimos a “por lo menos” o “como mínimo”, aclaro—. A partir de ahí, ya empezó a hacérseme cuesta arriba la lectura, porque mi obsesión, como he dicho, es la ortografía y soy humana: por mucho que me esfuerce, no puedo evitar estar más pendiente de las faltas que de la historia. Y entonces me di de bruces con un “estaba echa un ovillo”, y eso sí que ya me pareció indignante. Después ya no pude evitar irritarme con dos mayúsculas después de una coma —dos “quizá”, para ser precisos—; con un “oh si” sin coma y sin tilde; con un punto y coma partiendo en dos una oración; con un “preguntó”, verbo de habla, en mayúsculas tras la raya de diálogo; con un imperfecto de subjuntivo (hubiera) donde debería haber un condicional (habría), un fallo también muy común, pero que a mí me resulta muy irritante; con cientos de errores que a lo mejor alguien puede considerar “pequeños”, pero que yo me declaro incapaz de tolerar.
Siempre he defendido que, por muy absurda que parezca la frase, para escribir hay que saber escribir. Sin faltas. Sin errores gramaticales. Con la puntuación correcta. La ortografía, la gramática, la utilización correcta de la palabra correcta en el lugar correcto, son los ladrillos que sostienen el edificio de una novela, junto con la historia y los personajes. Quita uno, y la estructura se desmorona. Y muchas, muchísimas más veces de las que puedo contar he visto como se atacaba mi opinión argumentando que “para eso están los correctores”. Pues bien, parece ser que no, ¿verdad? He aquí un libro que, al menos teóricamente, ha pasado por un corrector, y se ha publicado con semejantes horrores. Flaco favor el que el corrector le ha hecho a la autora, desde luego. Aunque eso jamás habría sucedido, si la autora en primer lugar no hubiera tenido esos fallos.
¿Mi recomendación final? Pues para el lector, si puede pasar por alto la ortografía, el libro es bueno y la historia es buena. Merece la pena. Y a la autora le recomiendo prestar muchísima más atención a las reglas ortográficas y gramaticales en sus próximas novelas y no depender de que el corrector esté dispuesto a hacer bien su trabajo. La página de la RAE es la mejor amiga de todo escritor, y está ahí, a un “clic” de distancia.
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