Cuando el teléfono de XX hizo un bip en su oído, tuvo que apartarlo de su
cabeza.
—Qué demon… Oh. La batería se está muriendo. Espera.
La profunda risa de
provocó que hiciera una pausa en su búsqueda del
cable, sólo para poder oír hasta el último retumbo de su sonido.
—Okay, ya estoy enchufada. —Se volvió a acomodar contra las almohadas—.
Ahora, dónde estábamos… oh, sí .Yo es que tengo curiosidad, ¿exactamente qué
clase de hombre de negocios eres?
—Uno con éxito.
—Lo cual explica el guardarropa.
Él rió de nuevo.
—No, mi buen gusto explica el guardarropa.
—Bueno entonces la parte del éxito es la que lo paga.
—Bien, mi familia es afortunada. Dejémoslo ahí.
Deliberadamente se concentró en su edredón para no acordarse de la raída
habitación de techo bajo en la que estaba. Mejor aún… XX extendió la mano y
apagó la luz que estaba sobre las cajas de leche que había apilado al lado de su cama.
—¿Qué fue eso? —preguntó él.
—La luz. Yo, ah, acabo de apagarla.
—Oh, muy mal, te he mantenido despierta demasiado tiempo.
—No, yo sólo... quería estar a oscuras, es todo.
La voz de
se hizo tan baja que apenas pudo oírla.
—¿Por qué?
Sí, como si fuera a decirle que era porque no quería pensar en dónde vivía.
—Yo… quería ponerme aún más cómoda.
—XX. —El deseo tiñó su tono, cambiando el tenor de la conversación de un
flirteo a… algo muy sexual. Y en un instante, estaba de regreso en su cama en ese
ático, desnuda, con la boca de él sobre su piel.
—XX...
—Qué —respondió con voz ronca.
—¿Todavía llevas puesto el uniforme? ¿El que te quité?
—Sí. —La palabra fue más aliento que otra cosa, y fue mucho más que una
respuesta a la pregunta que le hizo. Sabía lo que deseaba, y ella también lo deseaba.
—Los botones de delante —murmuró—. ¿Abres uno para mí?
—Sí.
Cuando soltó el primero de ellos, él dijo:
—Y otro.
—Sí.
Prosiguieron hasta que el uniforme estuvo totalmente abierto por delante, y ella en
serio se alegró de que las luces estuvieran apagadas… no porque se hubiera sentido
avergonzada, sino porque así le parecía que él estaba allí a su lado.
gimió, y le oyó lamerse los labios.
—Si estuviera allí, ¿sabes lo que estaría haciendo? Estaría recorriéndote los pechos
con las yemas de los dedos. Encontraría un pezón y trazaría círculos a su alrededor
para que estuviera listo.
Ella hizo lo que le describía y jadeó cuando se tocó a sí misma. Luego se dio
cuenta…
—¿Listo para qué?
Él soltó una risa prolongada y profunda.
—Quieres oírmelo decir, ¿no?
—Sí.
—Listo para mi boca, XX. ¿Recuerdas lo que se siente? Porque yo recuerdo
exactamente cómo sabes. Déjate puesto el sujetador y pellízcate para mí… como si
estuviera chupándote a través de una de esas preciosas copas de encaje blanco tuyas.
XX apretó el pulgar y el índice entre sí, atrapando el pezón entre los dos. El
efecto fue menor a la succión cálida y húmeda de él, pero fue lo bastante bueno,
especialmente con él diciéndole que lo hiciera. Repitió el pellizco y se arqueó en la
cama, gimiendo su nombre.
—Oh, Jesús... XX.
—¿Ahora... qué...? —Mientras soltaba el aire por la boca, sentía pulsaciones entre
los muslos, estaba húmeda, desesperada por lo que iban a hacer.
—Quisiera estar allí contigo —gimió él.
—Estás conmigo. Lo estás.
—Otra vez. Aprieta por mí. —Mientras se estremecía y gritaba su nombre, fue
rápido con la siguiente orden—. Súbete la falda para mí. De forma que quede
alrededor de tu cintura. Deja el teléfono y hazlo rápido. Estoy impaciente.
Dejó caer el teléfono sobre la cama y arrastró la falda sobre sus muslos hasta pasar
las caderas. Tuvo que palpar a su alrededor para encontrar el teléfono y rápidamente
se lo puso en el oído.
—¿Hola?
—Dios, eso sonó bien... podía oír la ropa subiendo por tu cuerpo. Quiero que
empieces por los muslos. Ve primero allí. Déjate puestas las medias y acaríciate hacia
arriba.
Las medias actuaban como un conductor de su contacto, amplificando la sensación
así como lo hacía la voz de él.
—Recuérdame haciendo eso —le dijo con una voz velada—. Recuerda.
—Sí,