Venga, otro trocito
XX estaba a punto de abrir la boca para tartamudear algo —cualquier cosa— cuando él extendió mucho los brazos, curvando los labios con la sonrisa deslumbrante que sin duda había convencido a innumerables jovencitas para que accedieran a quitarse la ropa interior y echarse en sus brazos.
—¡Vaya, hola, encanto! ¿Por qué no te acercas y te hago el caballito en mis rodillas como cuando sólo eras una pequeñaja encantadora?
Sin otra opción que continuar con la pantomima que ella había iniciado, XX dio un paso para aproximarse, agarrando la cartera con los nudillos blancos de tensión.
—Hola, hermano querido —dijo con tirantez—. Confío en que te hayan estado tratando bien.
—No tan bien como tú siempre hacías, pelirroja —contestó alargando la mano para darle un manotazo juguetón en el trasero. La mirada indignada de XX sólo sirvió para incrementar la chispa traviesa en sus ojos.
—Dadas las serias circunstancias —replicó—, me alegra encontrarte tan bien de ánimo. —Apretó los labios formando un gesto rígido y se inclinó para darle un casto beso en la mejilla. Pero él volvió la cabeza en el último segundo para que los labios de XX rozaran el extremo de su boca.
Con un vivo sonrojo, ella se enderezó en un intento de escapar de su alcance. Conmovido por la tierna reunión, el carcelero canoso sacó un apestoso pañuelo del bolsillo y empezó a secarse los ojos.
—Su hermana desea disponer de un tiempo a solas con usted, señor, de modo que dejaré que ambos vuelvan a familiarizarse mientras tomo el té.
—¡No! —Comprendiendo que había cometido un terrible error, XX se abalanzó con desesperación hacia la puerta, pero fue demasiado tarde. El carcelero ya había salido de la celda y giraba la llave desde fuera, dejándola encerrada en la jaula del tigre. Y a menos que quisiera que se la comiera
para cenar, sabía que lo mejor era intentar recuperar su desencajada compostura.
Mientras se volvía despacio para hacerle frente, XY se levantó del sofá. Era más alto de lo que recordaba. Más ancho de hombros, más delgado de caderas. No llevaba casaca ni chaleco, sólo un par de pantalones de napa y una camisa de batista blanca con amplias mangas, abierta por el cuello, revelando una cuña de pecho musculoso salpicado de un sutil vello dorado. Ni en sus imaginaciones más osadas hubiera soñado que sus encantos se volverían aún más letales con el tiempo, pulidos por esa alquimia masculina misteriosa de la edad y la experiencia.
—Soy horrible mintiendo —confesó.
—Lo sé. Por eso mamá siempre me quiso más a mí. —Al ver la mirada de reproche de la joven, ladeó la cabeza—. A no ser que sea otra de las hijas bastardas de mi padre, ¿qué hace aquí? ¿Ha venido a asesinarme o —su mirada escéptica ahondó en la delgada cintura resaltada por el favorecedor corte princesse del redingote— a acusarme de ser el padre de su futura progenie?
—Vaya, yo... yo... —tartamudeó ella antes de que la venciera la curiosidad—. ¿Sucede eso con frecuencia?
XY se encogió de hombros.
—Al menos una vez por semana. En ocasiones incluso dos los martes. —El gesto torcido en sus labios hacía imposible distinguir si se burlaba de ella o de su propia reputación—. Si ha venido a asesinarme, me temo que estoy a su merced. Le ofrecería mi fular para estrangularme, pero se lo llevaron precisamente para que no pudiera colgarme, no vaya a privar al verdugo de ese placer.
—La última vez que lo consulté, endeudarse en casi siete mil libras y seducir a la hija de un juez no era un delito que llevara a la horca.
—Aún no conoce al juez. —Volvió a hundirse sobre el borde del sofá y estiró la mano hacia atrás.
Medio esperando verle sacar un arma de algún tipo, XX dio un paso nervioso hacia atrás. Pero cuando volvió a aparecer la mano, esgrimía una botella medio vacía de oporto.
Sacó dos copas de debajo del sofá con igual aplomo.
—Estoy siendo negligente con mis modales, ¿le apetece acompañarme?
—No, gracias. —Mientras observaba cómo servía un chorro generoso de licor rubí en una de las copas, añadió—: Había olvidado que esperaba compañía muy diferente. Debe de sentirse muy decepcionado.
XY le dedicó un mirada difícil de sondear desde debajo de las pestañas bajadas con gesto de culpabilidad.
—No diría eso. Sorprendido, tal vez, pero no decepcionado.
—Nos conocimos en otra ocasión, aunque no puedo esperar que me recuerde.
Igual que nunca esperaría olvidarse ella de él.
—Entonces no me hace la menor justicia —la mirada de amable censura de XY
podía haber fundido un témpano de hielo—...señorita APELLIDOXX.
XX se quedó boquiabierta de la impresión. El prisionero levantó la copa en un brindis burlón.
—Nunca olvido un rostro bonito.
Ella cerró entonces la boca de golpe.
—Me tomó por un muchacho.
Los labios de XY se estiraron divertidos mientras dedicaba una mirada sumamente breve, si bien atrevida, a la generosa prominencia del seno.
—Un error que, le aseguro, no volveré a cometer. —Dio un sorbo al oporto, con un canturreo guasón en su voz—. Sin duda no pensaría que iba a olvidarme de una bonita chiquilla escocesa que olía a heno recién cortado y a galletas de canela, y cuyo paladín era un salvaje gatito naranja llamado FULANITO DE TAL.
—FULANITO DE CUAL. ¿Supongo que
recordará también a mi prima? —no pudo resistirse a preguntar.
Él la miró pestañeando, con la inocencia de un conejito.
—¿Tenía una primita?
—Sin duda tiene que recordar a PRIMA. Estaba a punto de acabar de seducirla cuando yo me precipité desde el pajar sobre su espalda.
—Ah, sí, cómo podría olvidar a la dulce y encantadora... —Frunció el ceño—. ¿Podría
repetir el nombre, por favor?
—PRIMA.
—Ah, sí, la dulce y encantadora PRAMO.—Se llevó una mano al corazón—. He pensado con afecto en ella casi a diario desde que la cruel mano del destino nos separó.