TRADUCIDO POR GENA SHOWALTER FANS SPANISHCapítulo 1
“No te mueras. No te atrevas a morir.” Frenético, Torin escarbaba a través de una mochila embutida de ropa, armas y provisiones medicinales. Él la había empacado días atrás, a ciegas rellenándola con todo lo que pensaba que pudiera necesitar. No había protector bucal. Bien. Procedería sin uno. Se apresuró a la figura inmóvil de su compañera, se sentó a horcajadas en su cintura. Su preciosa vida se extinguía con cada segundo que pasaba. La reanimación cardiopulmonar era el último recurso, pero de pronto su única esperanza, y debido a que estaban encerrados en un calabozo, sin nadie más dentro de la celda, la responsabilidad lepertenecía únicamente a él. El tipo que raramente se acercaba a otra persona.
Llámame doctor Maravilla.
Él aplanó sus manos enguantadas sobre el delicado pecho de Mari- Quieto, demasiado quieto.
Sin embargo más que proceder como debía, se encontró deteniéndose a saborear la rara y extraordinaria conexión con el sexo opuesto. Tan suave. Tan deliciosa. ¿Qué demonios estoy haciendo? Con la mandíbula apretada, él oprimió. Crujido. Demasiado fuerte. Acababa de romperle el esternón y probablemente varias costillas. La culpa perforó a través de su corazón, y si el órgano no hubiera sido ya triturado más allá de cualquier arreglo, debería doler. El sudor goteó por sus sienes mientras él presionaba contra el pecho de Mari más cuidadoso. Nada más se rompió. Bueno. Bien. Él apretó una y otra vez, aumentando su
frecuencia gradualmente. ¿Pero qué tan rápido es demasiado rápido? ¿Qué ayudaba? ¿Qué
dañaba?
“Vamos, Mari.” Ella era humana, pero fuerte. Frágil, pero resistente. “Quédate conmigo. Puedes sobrevivir a esto, yo sé que puedes.” Su cabeza cayó hacia un lado, sus ojos vidriosos mirando fijamente la nada.
“¡No! ¡NO!” Él la revisó en busca de pulso, esperó… pero nunca sintió siquiera el más débil de los latidos.
Mientras regresaba las manos al pecho de ella para comenzar nuevamente, su mirada se trabó en los labios salpicados de sangre de Mari; su mente quería separarlos, un tosido de esperanza. Significaría que la enfermedad aún la contaminaba, pero la enfermedad era mejor que la muerte cualquier día de la semana.
“Mari, por favor.” Él oyó la desesperación en su voz, no le importaba. No puedo ser el que mate a alguien tan dulce.
Torin presionó más fuerte, escuchó otro crujido.
Demonios. Él no era ningún mariquita llorón, pero maldita sea si las lágrimas escaldaban desde el reverso de sus ojos.
Él había llegado a pensar en esta chica como una amiga, y pese a los numerosos siglos que había vivido, no tenía demasiados de esos. Así que siempre protegía a los que tenía.
Hasta ella.
De no ser por él, ella nunca hubiera enfermado en primer lugar.
De nuevo él palpó en busca de pulso. Aún no latía.
Maldiciendo, se apartó para trabajar. Cinco minutos… diez… veinte. Él era el soporte de vida de Mary, la única cosa que se interponía entre ella y la muerte; él haría esto sin importar el tiempo que fuera necesario.
Sal de esta, Mari. Sal de esta.
“¡Pelea!” Pero una nueva eternidad transcurrió sin ningún cambio en ella, él finalmente admitió que sus esfuerzos no estaban haciendo ningún bien. Ella ya se había ido.
Muerta. Y no había nada que él pudiera hacer para traerla de regreso.
Con un rugido, Torin giró y caminó la celda de un lado a otro, como el animal enjaulado que era. Sus brazos agitados. Su espalda y muslos doloridos. ¿Pero que era el dolor físico en comparación con el mental? ¿Emocional? Esto era su culpa. Él sabía lo que podía suceder si tocaba a la chica y la atrajo más cerca de todos modos. ¡Monstruo! Con otro rugido golpeó el muro, disfrutando el constante palpitar de dolor
mientras la piel se cortaba y los huesos se fracturaban. Él golpeó una y otra vez, rasgaduras aparecieron en la piedra, el polvo arremolinándose a su alrededor.
Si tan solo hubiera dejado de preguntarse por qué una chica como Mari estaría tan ansiosa por compañía que aceptaría estar con él, probablemente ella seguiría con vida.
Presionó su frente contra la pared magullada. Soy el guardián del demonio Enfermedad ¿Cuándo voy a aceptar el hecho de que estoy destinado a volar solo?
Privado por siempre de lo que más anhelo.
“Mari, cielo.” Una voz ligeramente acentuada se oyó. Femenina… deliciosa- aún calada por el pánico y el dolor - “El lazo está roto ¿Por qué está roto?”
La sangre en las venas de Torin se convirtió en combustible, encendiéndose como si un cerillo en llamas hubiera sido justamente arrojado dentro suyo. Él se volvió cada vez más consciente de su propio palpitar, acelerándose, la necesidad de acechar la puerta de la celda y desgarrar cada barra metálica consumiéndolo; lo que fuera con tal de eliminar la distancia entre él y la hablante.
Una reacción extrema. Lo sabía. Justo cuando supo que tal insoportable conciencia de otra persona era insólita para él. Era también incontrolable e imparable, su mundo entero centrándose en torno a esta mujer.
Y no era la primera vez que había sucedido. Cada vez que hablaba, sin importar las palabras que hubiera empleado, la ronquedad de su tono llevaba siempre una promesa de placer absoluto. Como si no hubiera nada que quisiera más que besarlo, lamerlo y chuparlo.
Los instintos masculinos, que él había pasado incontables años negando, gritaron. Ven pequeña polilla. Ven más cerca de mi llama.
O yo iré hacia ti.
Zanqueó hasta los barrotes y, como mil veces antes quiso obligar a las sombras entre sus celdas a retroceder. Pero no lo hizo bien. Su apariencia seguía siendo un misterio.
Como fuera, su enfermiza obsesión con ella solo se intensificaba… y él pensó, que solo por cinco minutos de ese besuqueo, lameteo y chupeteo, se hubiera arriesgado felizmente a una plaga mundial.
Me odio. Alguien debería colgarlo por la clavícula y azotarlo. Otra vez.
“¡Mari!” Dijo su obsesión “Por favor.”
Enfermedad se alborotó, golpeando contra el cráneo de Torin, repentinamente desesperado por escapar.
¿Escaparse? Otra reacción inesperada. Usualmente el demonio adoraba tal cercanía con
víctima potencial.
Así como había burlado a Mari…
Lo odio, también. “Mari no puede hablar ahora,” Exclamó Torin. Ni nunca. La admisión… como sal lloviendo sobre mis heridas. Los barrotes se agitaron. “¿Qué le hiciste?” Nada… todo. “¡Habla!” gritó la mujer.
“Le di la mano.” Las palabras detonaron de él, amargas y mordaces. “Solo eso.” Pero él había hecho mucho más que eso, ¿Verdad?
Había invertido mucho tiempo y esfuerzo en cautivarla. Alimentándola. Hablando y riendo con ella. Eventualmente ella se había sentido suficientemente cómoda como para quitarse uno de sus guantes y entrelazar sus dedos con él. A propósito.
No pasará nada malo, había dicho ella. O quizás su mirada lo había hecho. Los detalles estaban nublados por la bruma de su entusiasmo. Ya lo verás.
Él le había creído. Porque había querido creerle más de lo que hubiera querido tomar su siguiente respiro. Se había sujetado a ella tan firmemente, un hombre sediento que acababa de descubrir el último cristal de agua en un mundo ardiendo en ceniza, casi llevado de rodillas por la fuerza de su respuesta física.
Sensación tras sensación lo habían abrumado. Femenina suavidad tan cerca a su masculina rigidez. Una esencia floral en su nariz. Las puntas de su sedoso cabello cosquilleando su muñeca. Su calidez combinando con la suya propia. Su respiración cruzándose con la de él.
Experimenté una conexión instantánea, felicidad inmediata, y por muy poco quemo mis malditos pantalones. Por un apretón de manos.
Ella había muerto por eso.
Con él, nunca importaba si el roce era accidental o intencional, o si la víctima era humana o animal, joven o vieja, hombre o mujer… buena o mala; cualquier criatura viviente enfermaba pronto después del contacto con él. Incluso los inmortales como él. La diferencia era que los inmortales a veces sobrevivían, convirtiéndose en portadores de cualquier enfermedad que contrajeran de él, capaces de propagarla a otros. Como una humana, Mari nunca tuvo posibilidad alguna.
“Dime la verdad,” demandó su obsesión. “Cada detalle.”
Él no sabía su nombre o si era humana o inmortal. Solo sabía que Mari había hecho un trato con el diablo para salvarla.
Las dos mujeres habían sido encarceladas aquí durante siglos –dondequiera que sea “aquí”- por ningún crimen real, Torin pudo percibirlo. Cronos, el dueño de la prisión, nunca había necesitado una razón real para arruinar la vida de alguien.
Él ciertamente había contribuido en la ruina de Torin.
Él le había debido un favor a Torin, y Torin, siendo Torin, había escogido pasar por alto la sombría reputación del hombre y había requerido una mujer que no enfermara con su toque.
Cronos, siendo Cronos, no se había molestado en buscar una candidata adecuada y sencillamente había reclutado a una de sus prisioneras –dulce, inocente Mari.
“Cronos hizo un trato con la chica.” Dijo Torin.
“Ya sé eso.” Su obsesión enojada y sofocada, una verdadera gran loba mala. “Mari fue condenada a destellar a tu cuarto una hora al día por casi un mes, todo con las esperanzas de convencerte de que la tocaras.”
“Sí,” él graznó. Y en devolución, Cronos había prometido liberar a su amiga más amada –la mujer que actualmente interrogaba a Torin en busca de respuestas.
No era una gran sorpresa que Cronos hubiera mentido
Después de todo él había tenido lo suyo al final.
Torin había querido salir zumbando al hospital en el momento en que se dio cuenta de que
Mari estaba enferma, pero esa estúpida maldición la había atado a esta prisión con cadenas invisibles. Ella había tenido que regresar. Despojado de cualquier otra opción, Torin se había sujetado a ella mientras se movía de una ubicación a otra en un parpadeo, viajando con ella.
Él la había atendido con lo mejor de su habilidad. Pero su mejor no había sido suficientemente bueno. Nunca sería suficientemente bueno.
“No me importan los porqués,” dijo la mujer. “Solo el resultado ¿Qué está haciendo Mari ahora?”
Descomponiéndose.
No puedo decirlo… no puedo. Silencioso, se quitó los guantes y usó sus manos como una pala, arrojando montículo tras montículo de mugre por encima de su hombro. No es la primera tumba improvisada que he cavado, pero juro por la presente que será la última. No más amistades espontáneas. No más esperanzas y sueños de lo que nunca podría ser. He terminado.
“¿Me ignoras?” inquirió ella. “¿Tienes la menor idea de a qué ser estás provocando?”
Torin nunca se detuvo en su tarea. Él enterraría a Mari. Encontraría una salida de este agujero del infierno. Continuaría con el trabajo que había abandonado cuando decidió venir con la chica. La búsqueda y rescate de Cameo y Viola, quienes habían desaparecido varias semanas atrás –amigas que comprendían su necesidad de distanciarse.
“Soy Keeley Cael, la Reina Roja, y estaría más que feliz de tomar una percha y pescar todos tus órganos internos… a través de tu boca.”
Enfermedad estaba quieto y tranquilo, demasiado, eso también era nuevo. La Reina Roja. El título era algo familiar para Torin. De un libro de cuentos para niños, sí, pero había algo más que eso. Él lo había escuchado… ¿Dónde? Una imagen centelleó a través de su mente. Un bar ruinoso en los cielos. Sí, por supuesto, mientras trabajaba para Zeus, el rey de los griegos, él había rastreado varios inmortales fugitivos allí. Las palabras la Reina Roja habían sido susurradas detrás de manos temblorosas de temerosos hombres y mujeres, acompañadas de loca y despiadada.
Él siempre había disfrutado medir sus habilidades contra los más fuertes y viles predadores, y tal reacción visceral a la supuesta Reina Roja lo había intrigado. Sin embargo cuando había preguntado a los murmuradores quién era ella y qué podía hacer, se habían quedado callados.
Quizás la prisionera era de quienes ellos habían hablado, quizás no. Difícilmente importara ya. Él no la combatiría.
“Keeley cael,” repitió él. “Es un poco demasiado ¿Qué tal si mejor te llamo solo Keeley?”
“Ese es un honor reservado únicamente para mis amigos. Hazlo bajo tu propio riesgo.”
“Gracias. Lo hare.”
Ella emitió un suave gruñido. “Deberías llamarme Su Majestad. Yo te llamaré Mi Siguiente Víctima.”
“Por lo general prefiero Torin, Bocado Ardiente o El Magnífico.” Los motes le ayudaban a sonreír a través del dolor. Probablemente debería haber sugerido Proctalgia Fugaz –siendo que el significado era literalmente Dolor en el Culo.
“¿Por qué Mari está tan callada, Torin?” Keeley lo preguntaba como si no tuvieran nada más importante que discutir que el menú de la cena de mañana. (Rata a la cacerola).
Ella sabía que Mari estaba muerta ¿Cierto? Hacerle a él admitirlo era alguna clase de castigo.
“Antes de que respondas,” añadió, “deberías saber que prefiero salvar al enemigo que me dice la verdad que al amigo que me miente.”
No era un mal lema. Mentir y morir pasaron a ser sus opciones.
Y, realmente, si la situación fuera al revés, él hubiera querido la misma cosa: respuestas.
Pero de nuevo, si la situación fuera a la inversa y ella hubiera dado muerte a alguno de sus amigos, él habría removido cielo y tierra para ajusticiarla. Sin embargo atrapados como estaban en estas celdas creadas para los inmortales más fuertes, no había nada que ella pudiera hacer excepto montar en cólera, inútil mientras la emoción crecía más oscura cada vez, quizás hasta volverla loca. Era un cruel destino.
Y también era una excusa.
Hora de calzarme mis pantaloncillos de niño grande. “Mari está… Muerta. Ella ha muerto.”
Silencio. Ese opresivo silencio y, con él, la oscuridad, como si estuvieran cayendo de algún modo en una cisterna de privación sensorial. Él habló en un intento desesperado por calmar su tristeza creciente, explicándose. “Como ya sabes, el trato que hizo Cronos con Mari, debes saber que yo soy un Señor del Inframundo. Uno de los catorce guerreros responsables por robar la caja de Pandora y abrirla, desatando los demonios que moraban en su interior. Como castigo, cada uno de nosotros fue maldecido a hospedar en su cuerpo a alguno de esos demonios. A mi me fue dado Enfermedad, la peor SSTD
1 del mundo. El solo contacto piel con piel transmite la enfermedad. Enfermo a la gente. Eso es lo que hago, y no hay nada que pueda detenerlo. Ella me tocó, como te dije. Nos tocamos. Pero eso fue todo. Ella murió. Está muerta,” lo repetía vacíamente.
Otra vez silencio. Él trabó su mandíbula para prevenirse de admitir que los otros Señores albergaban males como Violencia, Muerte y Dolor. Esos miles de inocentes que habían muerto por sus manos y los otros miles que habían vivido para lamentar la vileza de sus actos. A pesar de todo, ninguno de sus amigos era desgraciado como Enfermedad. Ellos escogían a sus víctimas. Torin no lo hacía.
Que jodido premio soy.
¿Quién lo querría? Soltero. Inmortal masculino buscando alguien a quien amar –y asesinar.
No podía siquiera confortarse con los recuerdos de amantes del pasado. Cuando vivía en los cielos había estado enfocado en sus tareas y muy poco más, las mujeres no eran más que una ocurrencia… hasta que su cuerpo demandaba atención. Pero cada vez que escogía una amante, sus instintos de guerrero lo dominaban y lo sometían tomando el control, y su rudeza involuntaria hacía llorar a las mujeres antes de que acabaran de quitarse la ropa. Lo que significaba que sus ropas nunca se quitaban.
Quizás él podría haber persuadido a las chicas de continuar, pero su disgusto consigo mismo había sido demasiado grande ¿Él sobresalía en el campo de batalla pero no era capaz de dominar las mecánicas del sexo?
Humillante.
Ahora él intercambiaría lo poco que le quedaba de su integridad por un mínimo contacto piel con piel, desesperado por tener lo que una vez había desdeñado, incapaz de combatir a sus enemigos en las bajas sucias formas que alguna vez –todavía- hubo adorado.
“Torin,” dijo Keeley, y a pesar de lo extraño que sonaba, él aún reaccionaba con el mismo feroz anhelo que antes. “¿Te das cuenta de que mataste a una niña inocente, cierto?
Él se instaló en el hoyo que había cavado, jaló de sus guantes y descansó su cabeza contra sus palmas elevadas. “Sí.” Su mirada se desvió hacia Mari. Ella debía saber sobre la condición de él, pero alguna parte de ella debía haber confiado en que la mantendría a salvo.
Ahora mírala.
“Torin,” prosiguió Keeley. “¿También te das cuenta de que voy a hacerte pagar por tu crimen?”
“No puedes herirme más de lo que yo me estoy hiriendo ahora mismo.”
“Eso no es verdad. He oído sobre ti y tus amigos, sabes.”
¿Qué tenía eso que ver con nada? “Explica a dónde quieres llegar con eso, y puede que decida invertir en el resto de la conversación.” Si no, era momento de encontrar su vía de escape.
“Puede que tú tengas la peor SSTD del mundo,” dijo, “pero yo puedo echar el peor berrinche
del mundo.”
Interesante, pero no aplicable. “¿Me estás desafiando o aplicando para ser mi secuaz?”
“¡Silencio!” Enfermedad retrocedió como el cobarde que era. “Estoy segura de que has oído sobre la Atlántida,” continuó livianamente. “Lo que probablemente no sepas es que me aseguré de que la isla fuera engullida por el océano simplemente porque estaba un poquito molesta con su gobernante.”
¿Verdad? ¿O exageración?
De cualquier modo… lo excitaba con la misma intensidad que su voz. Por fin. La contrincante de mis sueños.
“Tú te has Ganado más que mi enfado, guerrero. Yo tenía una amiga aquí. Solo una. Ella es–era- mi familia.” Hizo una pausa para sorber las lágrimas. “No por la sangre, sino por algo mucho más grande. Una vez fui una criatura del odio, pero ella me enseño a amar. Y tú me la arrancaste.”
Su dolor lo rebanó.
“Torin,” exclamó, y él supo instintivamente que esa era la calma final que antecedía a una enorme y terrible tempestad.
“Sí, Keeley.” Si ella le pedía su corazón –una vida por una vida- él se lo entregaría.
La tormenta se desencadenó, revelando el temperamento del que se había jactado.
“Voy a matarte,” chilló. “Matarte tan muerto.” Los barrotes de su jaula repiquetearon con creciente fervor. “Experimentaras la agonía en formas que ni siquiera has imaginado posibles, porque te haré lo que he hecho a tanto otros antes. Te despellejaré con un rallador de queso y meteré tus órganos en una licuadora para hacerme un batido. Te aporrearé el cráneo tan duro que el cerebro te supurará por las cuencas vacías de los ojos.”
“No sé… cómo responder a eso.”
“No te preocupes. Pronto te cortaré la lengua y la usaré como trapo de limpieza –¡no tendrás que responderle a nadie nunca más!” Una roca derrapó dentro de su celda… la primera de una avalancha, furia y aflicción dándole a ella la fuerza que siglos de aprisionamiento seguramente le habían robado.
Estoy perdido. Él le había quitado, a esta mujer, su única y mejor amiga, dejándola con nada excepto dolor y miseria.
La historia de mi vida.
Deseó que su próximo acto lo matara, sin embargo sabía que morir solo podía ser un deseo.
Cualquier herida que recibiera dañaba su resistencia al demonio y de esta manera su propia inmunidad, permitiendo que Enfermedad se levantara y lo infectara. Al menos por un rato.
Tranquilo. Entonces Torin hizo lo que se había imaginado. Se abrió camino a través del pecho, se sacó el corazón… y lo hizo rodar hacia la celda de Keeley