dejo otra pista a ver...
Incapaz de mantener por más tiempo su vacilante sonrisa,
Meredith se inclinó hacia delante, cruzó los brazos sobre la mesa
y lanzó un hondo suspiro.
—Tengo algo que... decirte, Matt. Trata de no perder la calma.
Él se encogió de hombros con indiferencia y elevó el vaso de
vino a los labios.
—No sentimos nada el uno por el otro, Meredith. Por lo tanto,
nada de lo que puedas decirme me hará perder la calma...
—Aún estamos casados —anunció la joven.
Matt frunció el entrecejo y exclamó:—¡Nada excepto eso!
—Nuestro divorcio no es legal —prosiguió ella, dando un
respingo ante la ominosa mirada de su ex marido—. El... el
abogado que se encargó de nuestro divorcio era un farsante que
está siendo investigado por la justicia. Ningún juez firmó
nuestra sentencia de divorcio. ¡Ningún juez la ha visto nunca!
Fuera de sí, Matt dejó el vaso en la mesa, se inclinó y dijo con
voz iracunda:
—¡O mientes o eres una estúpida! Hace once años me invitaste a
dormir contigo sin pensar en las consecuencias. Cuando
quedaste embarazada viniste a mi corriendo y me endosaste el
problema. Y ahora me dices que no tuviste la inteligencia
necesaria para contratar los servicios de un abogado que
tramitara el divorcio y que, por lo tanto, todavía estamos
casados. ¿Cómo diablos puedes dirigir una sección de los
grandes almacenes y ser a la vez tan estúpida?
Cada palabra de Matt le hería el orgullo como un latigazo, pero
Meredith esperaba algo así y pensó que lo tenía merecido. El
impacto de la revelación dejó mudo a Matt por un momento, y
ella lo aprovechó para decir con voz queda:
—Matt, comprendo cómo te sientes...
Él quería creer que Meredith lo merecía y que aquello no era
más que un loco intento de sacarle dinero. Quería creerlo, pero
en el fondo pensaba que le estaba diciendo la verdad.
—Si yo estuviera en tu lugar —prosiguió ella—, sentiría lo
mismo que tú.
—¿Cuándo lo supiste? —la interrumpió Matt.
—La noche anterior a mi llamada para arreglar este
encuentro.
—Dando por sentado que me estás contando la verdad, es
decir, que todavía estamos casados, ¿qué pretendes de mí
exactamente?
—Un divorcio. Amable y tranquilo, sin complicaciones. E inmediato.
—¿Sin pensión alimenticia? —se mofó él, y observó cómo un
furioso rubor cubría las mejillas de Meredith—. ¿Sin derechos
de propiedad ni nada parecido?
—Exacto.
—Está bien, porque con toda seguridad no ibas a obtener nada de mí.
Enojada ante aquella manera de recordarle que ahora él era
mucho más rico que ella, Meredith lo miró con desdén y comentó:
—Siempre has pensado en el dinero y solo en el dinero.
Ninguna otra cosa te ha importado. Pues bien, nunca quise
casarme contigo ni quiero tu dinero. Preferiría morirme de
hambre a que alguien supiera que hemos estado casados.
El maître eligió aquel inoportuno momento para preguntarles
si les había gustado la comida y si deseaban alguna otra cosa.
—Sí —-contestó Matt con acritud—. Un whisky doble con hielo
para mí y otro martini para mi mujer. —Enfatizó la palabra, regodeándose al hacerlo.
Meredith, que no solía mostrar sus sentimientos en público, se
dirigió furiosa a su viejo amigo y exclamó:
—¡Te daré mil dólares si envenenas su bebida!
Inclinándose ligeramente, John sonrió y dijo con grave cortesía:
—Seguro, señora Farrell. —Volviéndose hacia Matt, inquirió
divertido—: ¿Arsénico, o acaso prefiere algo más exótico, señor Farrell?