El frufrú de unas faldas lo sacó de su ensimismamiento y vio que una muchacha
llegaba a la pequeña plaza. Llevaba un vestido de noche, así que seguro que era una
invitada que había salido a pasear. Se detuvo cerca de donde él estaba.
—¿Por qué no me besas?
Esas palabras susurradas lo sorprendieron. Durante un instante, XY creyó que
le estaba hablando a él, pero quedaba oculto entre las sombras, por lo que era
imposible que ella lo hubiera visto. Además, no la conocía, y una mujer no
formularía una invitación como aquélla a un completo desconocido. Intrigado, la
observó susurrar de nuevo hacia el vacío.
—OTRO, quiero que me beses. —Ladeó la cabeza a un lado,como meditando, y
luego negó con ella, insatisfecha—. No. Eso es demasiado descarado. No
funcionará.
Empezó a pasear arriba y abajo, nerviosa, pensando en sus cosas, sin sospechar que
había un hombre a menos de dos metros de ella. De repente se detuvo, y levantó la
cabeza para mirar a su amigo imaginario.
—No quieres besarme? —suspiró. No, eso tampoco servirá.
XY entendió entonces qué estaba sucediendo y sonrió. La chica estaba
planeando un escarceo amoroso, seguramente el primero, y estaba ensayando. La
observó con detenimiento. Él podría decirle que no tenía de qué preocuparse. Con
una mujer como ella, si un hombre necesitaba que le dieran ánimos para besarla,
señal de que era ciego e idiota. La luz de la luna iluminaba su generosa figura
envuelta en un vestido azul oscuro, con un generoso escote que dejaba al
descubierto una piel cremosa. La recorrió con la mirada. Tenía una cintura estrecha,
y una figura de curvas perfectamente proporcionadas. Cuando la muchacha se dio
media vuelta, XY vio que tenía los ojos castaños, las mejillas sonrosadas y unos
labios que daban ganas de besar. Estaba intrigado, y tuvo que reconocer que OTRO
tenía buen gusto. El sonido de un carraspeo llamó su atención, y desvió la vista
hacia la entrada de la plaza, donde había un hombre. Parecía nervioso, y XY
pensó que debía de ser OTRO.
—Lord OTRO. —La chica le indicó que se acercara—. Veo que ha conseguido
orientarse en el laberinto.
Él fue a su lado.
—Me ha costado un poco —reconoció—. Ha sido un recorrido de lo más
angustioso.
Al parecer, el interludio romántico estaba a punto de comenzar. XY miró de
nuevo hacia la entrada de la plaza, y vio que sólo había esa salida. Era imposible
que pudiera irse de allí sin ser visto. Podría ponerse en pie, apartar las ramas, y
avisarlos así de su presencia, pero no quería estropear la escena. Además, sentía
curiosidad por saber si la muchacha se saldría con la suya. Si las cosas se ponían
demasiado íntimas, ya se iría. Pues, si eso pasaba, seguro que no se darían cuenta
de nada.
La chica dio un paso hacia OTRO.
—Espero que haya valido la pena —dijo en voz baja.
XY sonrió al escuchar su descarado intento de recibir un piropo, y comprendió
que había empezado el juego.
Pero el llamado OTRO no aprovechó la oportunidad y optó por mirar al cielo.
—Hace una noche preciosa. Un poco fría, tal vez, pero bastante cálida para estar en
febrero.
—Sí, hace una noche preciosa —admitió ella, mirando la luna, que estaba sobre sus
cabezas, y luego al hombre que tenía delante. Le sonrió y se acercó un poco más—.
Italia es un país muy romántico, ¿no le parece?
—Esto, sí, sí, supongo que sí —tartamudeó él, tirándose del cuello de la camisa
como si estuviera incómodo. XY sonrió aún más. «Vaya tipo más soso», pensó.
¿Era frío, homosexual, o sencillamente estúpido? Sintió lástima por la muchacha;
era una pena que una mujer tan deliciosa tuviera que esforzarse tanto para recibir
su primer beso.
OTRO carraspeó.
—Tengo que reconocer que su invitación a dar un paseo me ha pillado
desprevenido. Me siento muy honrado, por supuesto, pero me ha sorprendido.
Tiene usted tantos pretendientes...
—Ninguno de ellos me ha besado —lo cortó ella, abandonando ya la sutileza.
XY lo consideró una virtud. Las mujeres tímidas jamás le habían gustado.
Además, la sutileza no serviría de nada con un hombre como aquél.
—Así lo espero —contestó OTRO pomposo—. Usted es toda una dama. Ningún
caballero debería tomarse tales libertades.
XY puso los ojos en blanco. «A la mierda con las normas. Bésala, idiota. ¿No te
das cuenta de que lo está esperando?»
—Por supuesto —replicó ella, con tanto enfado y decepción en la voz que a XY
le dieron ganas de reír.
—A no ser que estuviera comprometido con usted —prosiguió el hombre—.
Entonces sí le estaría permitido. —Respiró hondo, como si tuviera que armarse de
valor, cogió las manos de la chica y se apoyó sobre una rodilla—. XX, ¿puedo
llamarte XX? —y continuó sin esperar a que ella le respondiera—. Te tengo
en gran estima, y me veo en la obligación de hablarte de mis sentimientos. Siento
mucho cariño por ti, y te respeto muchísimo. Serías la esposa perfecta para mí.
¿Quieres casarte conmigo?