Sinopsis
Mientras luchaban por proteger el club de juego de los rumores, se convirtieron en el blanco de todos ellos.
Eliot Fitzharding, duque de Guilford, siempre había acudido a Penny House a disfrutar de los juegos de azar, pero últimamente se había dado cuenta de que se le aceleraba el corazón no cuando daba la vuelta a una carta, sino cuando se encontraba con Amariah Penny, la encantadora propietaria del club.
Amariah, una inteligente y bella pelirroja, también disfrutaba enormemente de la compañía de Guilford… quizá demasiado. ¡Ojalá no fuera tan atractivo!
De pronto alguien empezó a acusar a Penny House de dar refugio a un tramposo y amenazó con vengarse si no lo expulsaban. Y Guilford no dudó en acudir en su ayuda...
A veces me pregunto por qué me sigo empeñando en leer Harlequines cortitos, pese a que las historias no suelen pasar de «olvidables» y los protagonistas se quedan en mi memoria el tiempo suficiente como para permitirme hablar de ellos en una crítica. Y supongo que la respuesta es siempre la misma: entretienen. Aunque sean intrascendentes, surrealistas, prescindibles, o todo lo que queráis decir de ellos, es que entretienen. Te pasas un puñado de horas leyendo sin complicaciones, sentada en el sofá y sin poder creer que una historia tan simple haya podido dar para escribir una novela, pero eso no quita que sigas leyendo página tras página, sin atragantarte demasiado.
Por supuesto, ésta novela tampoco se salva de esa clasificación. Apenas había cerrado el libro y ya no me acordaba de cómo se llamaba el protagonista. Ella sí, porque tiene un nombre de lo más particular, pero ¿él? Sabía que tenía una ge y una u, pero...
Y, sin embargo, me entretuvo, para qué voy a negarlo. Eso sí, con mi despiste habitual, no me di ni cuenta de que era el tercero de una serie —me pasa mucho— y, si bien no suele molestarme, porque realmente considero este tipo de historias casi como libros independientes, en ésta me sentí como la última invitada que llega a una fiesta y no sabe de qué va ninguna de las conversaciones que tienen lugar a su alrededor, porque en muchísimas ocasiones a lo largo de la narración se hacía referencia a lo que había ocurrido con las dos hermanas de Amariah —protagonistas de los dos libros anteriores—, dejándome un poquito desconcertada. Por supuesto, eso no es culpa de la novela, ni de la autora, ni de nadie más que de mí misma, por despistada.
Otra cosa que me desconcertó muchísimo fue el villano de la historia. A ver, quizá pillé la novela en un mal momento, en uno muy poco lúcido, pero de verdad, de verdad, os juro que no entendí por qué hacía las cosas que hacía. En un primer instante pensé que sería por lo típico: está en la ruina y dispuesto a hacer lo que sea por mantener su nivel de vida. Pero después, con el paso de los capítulos, además de eso es que el pobre hombre no parecía estar muy bien de la cabeza. No sé, todo lo que tenía relación con ese personaje me pareció extrañísimo, como si intentara leer dos novelas a la vez y no tuviera muy claro cuál tenía en las manos en cada momento.
Y, para rematar mi desconcierto, el personaje protagonista también parece ser dos personajes a la vez, porque en las primeras páginas él mismo reconoce ser un hombre al que jamás le han preocupado los pobres y que la caridad siempre le ha parecido una tontería y poco después sufre una transformación radical. Por supuesto, se podría pensar que es fruto de su relación con Amariah, pero es que no da esa sensación por ningún lado. Da la impresión de que la idea inicial era hacerlo pasar por el típico noble egoísta que sólo se mira su ombligo y que, después, pues... pues a la autora se le olvidó que lo había presentado así. Y no es que sea un mal personaje, conste, es que, simplemente, es un poco desconcertante. Como también es desconcertante que, conociendo a la mujer de la que se está enamorando, le haga propuestas como las que le hace, que cualquiera con dos dedos de frente —sí, incluso un noble egoísta y que sólo se mira su ombligo— se daría cuenta de que son una solemne estupidez.
Pero la cosa sigue, porque el personaje de ella también me ha despistado un poco. Y no por su profesión, porque, vale, es un poco raro que la hija de un vicario dirija una casa de juego, pero aceptaremos Torre Gemela como aeropuerto porque los beneficios del juego van a parar a manos de los más necesitados. Amaraiah es una mujer fuerte, independiente y con firmes convicciones. Sabe lo que quiere y sabe cómo comportarse con los hombres que visitan su local todas las noches. Sin embargo, cuando está con Guilford, se le olvida todo. A ver, que sí, que se siente atraída por él y que poco a poco se va enamorando, pero es que su actitud hacia él sólo puedo clasificarla de «bipolar». Tan pronto le parece un egoísta y no quiere saber nada de él, como, de repente, se entusiasma con cualquier pequeño detalle que tenga. Y, teniendo en cuenta que cree que es el típico noble —sí, ése, el egoísta que... ya sabéis— me parece rarísimo que, con todo lo que ve a diario, ni siquiera desconfíe de él. Vale, no es para desconfiar, porque él hace lo que hace de corazón, pero eso lo sabemos los lectores, no ella. No sé, me ha parecido una mezcla de madurez e inocencia de lo más extraña.
A la trama de fondo, toda la historia del tramposo en la mesa de dados y demás, tampoco acabé de pillarle el punto y no me quedó demasiado clara y su resolución, para mi gusto, rozó un poquito el surrealismo.
Y, sin embargo, aunque los personajes son, cuando menos, raros; aunque el villano no llega ni a ser de serie B, aunque la historia de fondo es extrañísima y aunque... bueno, aunque cualquier otra cosa que se os ocurra, no voy a decir que no la leáis, porque, la verdad, es que, maldito si sé por qué, a mí me entretuvo. La relación entre ellos está salpicada de conversaciones divertidas, la bipolaridad de los personajes acaba siendo simpática y el surrealismo de la trama divierte más que indigna, así que, sí, a mí me pareció una novelita simpática. Mañana me habré olvidado de todo el argumento y pasado ya ni sabré el título, pero mientras la estaba leyendo, me entretuve y no puedo pedirle mucho más.
Sí, ya sé, pero ya he dicho muchas veces que no me entiendo ni a mí misma.