España, 1517.

Razones de carácter social, marcadamente tradicionales, obligan a Elena Zúñiga a aceptar un matrimonio pactado con el hombre al que idealizó siendo una niña. No obstante, cuando llega el momento de la boda, el tiempo ha pasado y Elena se ha forjado una cierta autonomía personal que le hace rechazar la idea de convertirse en una marioneta en manos masculinas. Así se lo hará saber, la misma noche de bodas y con serena rotundidad, a su marido.

Diego Martín y Peñafiel, conde de Bellaste, es un gentil caballero y ha accedido a prestarse a la farsa de un enlace aparente, renunciando incluso a la posesión física. Sin embargo, no tiene intención de consentir que la situación se prolongue demasiado, y se ha propuesto conquistar a su propia esposa, tan altiva como él mismo.

Sus propósitos se ven frustrados con la llegada del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, regente de España en ausencia de Carlos I, que trae noticias alarmantes: la reina Juana de Castilla le ha pedido su ayuda tras descubrir un complot para acabar con la vida de su hijo Fernando. El cardenal solo conoce a un hombre capaz de impedir el magnicidio.

Primer libro de la serie «Cautivos».

Elena y Diego nacieron como la pareja secundaria que acompañaba a Marina y Carlos en sus aventuras en «Amaneceres cautivos», un matrimonio muy bien avenido que ya entonces me llamó la atención.

Por la buena impresión que me llevé de los personajes tenía ganas de conocer esta historia, que transcurre cuatro años antes que la anterior.

La ambientación me ha encantado, sus descripciones y su lenguaje impecables crean un trasfondo que te sumerge en otra época. Siempre he dicho que la historia de la península Ibérica da mucho juego y no está lo bastante aprovechado en este género, por ello es un placer encontrar una ambientación tan cuidada. La autora ha hecho encajar la historia de los protagonistas en un momento histórico concreto, con algunos secundarios reales, de una forma natural, mezclando realidad y ficción.

Tan importante como el romance de Elena y Diego es la situación social y política del momento, algo que adquiere relevancia desde el principio de la historia y da, posteriormente, un toque de aventuras a la narración y provoca algún que otro malentendido.

Me gusta cómo mezcla los conceptos de romance y espionaje, y la forma en la que los protagonistas encajan en una historia que alterna ficción con retazos de realidad.

Recuerdo a Elena como un personaje deslenguado, leal y observador que me gustó bastante como secundario. Ahora tengo que añadir que es terca y obstinada hasta la imprudencia, a veces innecesariamente impulsiva, muchas veces a causa del orgullo. Pero otras veces por principios. No es una protagonista apocada, lo cual me gusta, a veces es tan terca que casi parece que lo hace por contrariar a Diego.

Diego es un encanto, casi demasiado para un hombre de su época, y tiene mucha paciencia con Elena, para frenarla y seducirla manteniendo un equilibrio. Él, que tiene fama de libertino reconocido, no puede pensar en ora cosa que en volver a conquistar a su esposa. Entre ese objetivo y el de frustrar conspiraciones políticas es un hombre bastante ocupado.

El amor de Elena y Diego viene de lejos, de sus años de juventud, cuando eran compañeros de juegos, y ya entonces la relación no era fácil. A pesar de sus sentimientos, su matrimonio es por conveniencia y, por orgullo, ninguno da el brazo a torcer en sus decisiones. Sus fuertes caracteres chocan bastante desde el principio y esto da pie a discusiones que esconden su frustración, pero también nos muestran escenas muy tiernas. Me gustan mucho las novelas en las que un matrimonio de conveniencia debe ir conquistándose mutuamente —o reconquistándose—, y esta novela parte de la base de un amor previo, algo que le da dinamismo a la trama, pues puede centrarse en el tema del espionaje sin descuidar la parte romántica, puesto que ésta ya tiene medio recorrido hecho.

Es una novela donde los personajes secundarios son muy importantes, especialmente la abuela de Elena, Camelia, y el cardenal Cisneros, que es un personaje recurrente y hábilmente definido, pues es una mezcla de personaje ficticio y esbozo del personaje histórico. También aparecen otros personajes destacados en la historia, algunos de ellos basados en personajes reales.

Aunque los protagonistas de «Amaneceres cautivos» no llegan a aparecer sí que se los menciona, y hay un guiño a esa novela relatando la escena en que Elena conoce a Carlos y que ya le relató —o, más bien, le relatará— a Marina.

La novela me ha gustado aunque se me ha hecho corta, pero tiene un poco de todo: amor, pasión, acción, alguna aventura y espionaje. Es cierto que lo que más me atraía de la novela era conocer un poco más a esta pareja, pero la historia que se inventa Nieves Hidalgo es creíble y muy entretenida.

Y al terminarla dan ganas de rememorar cómo es la relación de este matrimonio durante la historia de sus amigos. Ha sido un acierto contarla, aunque esa idea surgiera después de haber creado a los personajes.