Venga, otro trocito
—¿Te gusta esta casa? —La pregunta, totalmente fuera de contexto, sorprendió a XX, y XY lo supo.
A él también le había sorprendido. Su intención había sido seducirla, y luego informarle del cambio de sus circunstancias. Había aprendido por experiencia que ésa era la manera de evitar tener que escuchar un montón de protestas debidas a la timidez. Por cómo le había respondido en la biblioteca, no le había quedado duda alguna de que estaría encantada de compartir la cama con él. La única pega, al igual que con todas las demás, era conseguir que lo admitiera. Pero XX era una joven inteligente, sin duda mucho más que cualquiera de las queridas que había tenido antes. Quizá pudiera ser sincero con ella. Sería un agradable cambio. Además, lo cierto era que no se sentía con ganas de seducirla. Lo que de veras le apetecía era retorcerle el cuello.
—¿La casa? Es… muy bonita —le contestó mirándolo de un modo raro.
Él se puso de pie de repente y metió las manos en los bolsillos de sus calzones de color gris perla. Era la única manera que se le ocurrió de controlar el impulso casi irresistible que tenía de agarrarla por los hombros y zarandearla hasta que se descoyuntara.
—Es tuya, si la quieres. —No pudo evitarlo, y gruñó las palabras cuando su intención había sido ser encantador. Ella lo estaba volviendo loco sólo con estar ahí de pie, con ese aspecto tan inocente, cuando él sabía que no lo era en absoluto.
—¿Esta casa? ¿Es mía si la quiero? —Lo dijo como si pensara que XY había perdido la razón. Lo miró frunciendo el ceño. Pero de repente relajó la frente—. Oh, ¿pertenecía a PRIMO DE XY?
XY apretó los dientes mientras daba un paso hacia ella, hundiendo aún más las manos en los bolsillos.
—No, no era de PRIMO. Tu herencia de PRIMO consiste en unas veinte mil libras invertidas en fondos. No es una fortuna, pero sí suficiente para evitar que algún día pases hambre, si cuidas bien de tus ingresos. Pero esa paga no te proporcionará lujos como esta casa.
—Si no es de PRIMO, entonces, ¿de quién es y cómo es que puede ser mía? ¿Me estás sugiriendo que la compre?
XY torció la boca en una fea sonrisa.
—Como tutor de tus asuntos económicos, nunca te sugeriría que desperdiciaras el dinero con una compra tan innecesaria. No, no estaba sugiriendo que la compraras. La casa ya es tuya, si la quieres. Me pertenece a mí, y estaré encantado de regalártela.
—¿Me la regalarías? —XX se quedó mirándolo.
La desconfianza en ojos dorados se percibía con claridad. Él le sonrió de nuevo, pero no con la encantadora sonrisa que había preparado para seducirla, sino con una expresión dura y fría, mostrando los dientes.
—Y no sólo la casa, sino también los muebles, un carruaje y una importante asignación, para que puedas mantenerlo todo. ¿Digamos que sean veinte mil libras, para igualar lo que recibirás por la herencia de PRIMO? Juntos, ambos ingresos serán suficientes para que vivas cómoda y tranquila el resto de tu vida.
Por supuesto, no había tenido la intención de ofrecerle tanto. Era una locura. Lo habitual era que un hombre mantuviera a su querida según sus posibilidades mientas ella viviera bajo su protección. Cuando el hombre se cansaba del arreglo, le regalaba una pequeña suma y la mujer era libre de buscarse otro admirador. Nunca antes había ofrecido a ninguna mujer la posesión de la casa, que era muy céntrica y le resultaba muy conveniente para visitarla, y por la que ya habían pasado tres queridas. Pero, claro, nunca antes había deseado a una mujer como la deseaba a ella. Había descubierto, primero para su sorpresa y luego para su enfado, que eso de que «por unas se dejan otras» no era tan fácil como había pensado desde que regresara a la ciudad. Al menos, había una en concreto de la que le resultaba difícil olvidarse. La necesitaba, sí, y la tendría con sus propias condiciones y costara lo que costase.
—¿A cambio de qué, XY?
Él volvió a esbozar su sonrisa depredadora. Y apretó los puños dentro de los bolsillos del pantalón.
—A cambio de convertirte en mi querida —contestó sin ambages.
Se hizo un largo silencio mientras ella parecía asimilar lo que él había dicho. XY la vio palidecer de tal modo que por un momento temió que fuera a desmayarse. Ella lo miraba fijamente con unos ojos que parecían dos topacios en un rostro sin color. Una mano fue a agarrarse al respaldo de una silla cercana, pero eso y su palidez fueron las únicas señales externas de su agitación.
—¿Me has traído a Londres para que sea tu querida? —Las palabras salieron de una tensa boca. Parecía que le costara formularlas.
XY notó un impulso violento. ¿Cómo se atrevía esa mujer a quedarse ahí y mirarlo como… como si fuera un animal herido, cuando él sabía y ella también que no era más que una puta barata?
—Tú misma te convertiste en mi querida aquella noche en la biblioteca de White Friars. Lo único que te propongo es formalizar el acuerdo. —Sus palabras eran frías y de ningún modo expresaban las emociones que lo reconcomían por dentro.
No podía librarse de la rabia absurda que se le había despertado todos esos meses atrás, cuando había descubierto que su inocente protegida no era mucho mejor de lo que cabía esperar.
Ella se movió; soltó la silla con lo que parecía un gran esfuerzo y fue hacia él. XY la observó acercarse, con las manos aún en los bolsillos. Cuando ella estuvo frente a él, tanto que no los separaban ni dos palmos, se detuvo. El conde casi podía sentir el calor de su cuerpo a través del espacio que los separaba. Pero ese calor no era nada comparado con el fuego dorado que manaba de sus ojos. Él comenzó a sacar las manos de los bolsillos para asirla por la cintura, pero aún las tenía entre los pliegues del forro cuando ella echó la mano hacia atrás y le abofeteó con todas sus fuerzas.
El seco sonido de la piel de ella al pegarle fue seguido por la inhalación aún más seca de él. Se le fue la cabeza hacia atrás, no tanto por la fuerza de la bofetada como por lo inesperada que le había resultado. Mientras se recuperaba, con la furia creciendo en su interior como un río desbordado contra un dique, se llevó la mano a la mejilla, que le ardía, y miró a la joven con sorpresa. Ella seguía ante él, sin rebajarse a huir, mirándolo con la barbilla levantada y sus dorados ojos en llamas.
—Usted me insulta —repuso con frialdad, al tiempo que se daba la vuelta para marcharse.
—¿Te insulto? ¿De verdad?
Mientras hablaba, la agarró de los hombros. XX casi no tuvo ni tiempo de estremecerse por su brutalidad antes de que él la obligara a volverse para mirarlo. Los ojos azul celeste del conde ardían de furia, como pudo comprobar al levantar los suyos. El hombre tenía el rostro desencajado. Si XX alguna vez había deseado romper el gélido autocontrol con el que XY se enfrentaba al mundo, lo acababa de lograr. Había llegado mucho más allá de lo que jamás se hubiera imaginado.
—¡No creía que fuera posible insultar a una puta barata!
Ese insulto la dejó boquiabierta. Pero antes de que ella pudiera reaccionar física o verbalmente, él la atrajo hacia sí, inmovilizándola, mientras bajaba la cabeza. Pillada por sorpresa, ella sólo consiguió volver la cabeza a tiempo, mientras la boca de él se encontraba con su mejilla en vez de con sus labios. La sensación de esos labios ardientes en su piel le produjo una ansia casi dolorosa que le recorrió todo el cuerpo. Pero no quería, no podía ceder. Ése no era XY, su XY de aquellos meses, sino el desconocido violento y brutal en el que, no sabía por qué, se había convertido.
—¡Suéltame!
Incapaz de liberarse las manos, sólo podía debatirse contra él tratando de apartarse. Cuando presionó con el abdomen, notó un repentino y horrible cambio en el cuerpo de él que de manera involuntaria le obligó a mirarlo a los ojos.
La sonrisa depredadora del hombre apareció de nuevo y transformó la belleza de su rostro en una máscara de pura agresión masculina. Él era fuerte y ella no, y él estaba dispuesto demostrar su poder.
—No… todavía —repuso él entre dientes, y entonces bajó la boca una vez más.
Como pista, ODIE al prota de esta novela