La vida de Gerard nunca había sido fácil. Huérfano de madre desde su más tierna infancia había sido educado y entrenado con la misión de seguir manteniendo unidos los territorios que por herencia le correspondían. Siendo el hijo mayor del laird estaba adiestrado para dirigir, para empuñar armas, para discurrir complicadas estrategias militares,…pero no para comprender.



Y eso mismo es en lo que estaba pensando cuando se hallaba en la sala principal del castillo del clan escuchando las peticiones de los bravos aldeanos del territorio.

- Queremos mujeres, Señor.




Ante esas palabras no pudo si no más que esbozar una sonrisa - ¿Mujeres?No me digáis que a los montañeses os resulta difícil encontrar mujeres…

-No mi señor, no ese tipo de…mujeres -se apresuró a continuar otro de ellos- queremos compañeras. Aquí la media es de 10 hombres por cada mujer. La guerra ha diezmado el territorio, y ya sólo quedan las ancianas que no pueden mover sus huesos…el resto ha ido huyendo con el tiempo hacia las Tierras Bajas, donde el clima…




- ¿Qué te parece? –preguntó Gerard disimuladamente a su amigo y consejero Kevin mientras sus hombres seguían hablando - Mantengo a raya al clan vecino, vivimos en cierta calma y libertad, y los míos quieren más de lo que tienen.



- ¿Y puedes culparlos? Para muchos hombres la lucha empieza a perder sentido en el momento en que no queda nadie por quién mantener el hogar.



Gerard nunca discutía con Kevin. Tenían la misma edad o casi, porque nunca supieron exactamente cuál de los dos había nacido antes, pero desde niños siempre habían compartido travesuras y se tenían mucha confianza.



- Que mi padre no me oiga, pero hasta yo mismo me hago a veces esas mismas preguntas-dijo con una sonrisa algo traviesa en sus ojos- pero ¿de dónde crees que voy a sacar yo mujeres? ¿Crees que crecen de los árboles como las frutas? ¿O que pueda tallar la madera con su forma y darles vida?

- Si fuera tan fácil como eso, ya lo habrían hecho ellos…

- Parece que os halláis en un verdadero dilema -dijo una voz desde el fondo.

- ¡Primo Ewan!



El primo Ewan era lo más parecido a un hombre de mundo que jamás habían visto los ojos de los aldeanos de las Tierras Altas. Su padre, el hermano menor del laird del clan, había decidido darle a sus hijos más educación que aquella limitada a la simple disciplina militar, así que se auto exilió junto con su familia a Aberdeen, donde los monjes les habían enseñado el arte de la escritura y la lectura. Aun así jamás nadie osaría insinuar que Ewan pertenecía a las Tierras Bajas, al menos en su presencia.

Ewan podía ser muy afable y considerado, pero se mostraba inflexible cuando se trataba de temas que realmente le importaban.

- Caballeros, parece que he llegado en el momento adecuado para participar en tan interesante conversación…seguid, seguid…no me perdería la solución que a buen seguro estáis a punto de plantear, primo.

- Ya empezamos…

- Sólo me gustaría añadir que probablemente necesitéis algo de ayuda por parte de alguien que sepa que hay vida más allá de Duntelchaig.

- Bueno, ¿y que sugiere que hagamos el seminarista?



- No te creas que me ofendo con tanta facilidad primo, gracias a mi pasado monacal por lo menos puedo distinguir un poema de una lista de abastos…

- ¡Señores! – se apresuraron a decir a coro los bravos aldeanos.



- Si, sí vayamos al grano, al grano…-dijo Ewan- Esto es lo que sugiero que hagamos…

DONDE QUEDA LA ALDEA!!???????

Por Dios!! Me parto de la risa, Ness!!

Pues Alba, ahora mismo no tengo ni idea... El caso es que me suena (va a ser el cansancio que llevo un día de universidad... ajetreado)

A ver, pueden ser Thor y el Fantasma de la ópera

-¿Qué es esto?-preguntó Gerard.

-Muy sencillo, primo…se llama publicidad.

- ¿Y se puede saber a qué se refieren con "III Encuentro de Damas"?



- Pues a eso mismo. Se trata de una grupo de mujeres, todas ellas de talentos variados: científicos, artísticos,…que van a reunirse próximamente en Edimburgo. Y lo mejor de todo: son solteras y hermosas todas ellas. Adivinad quien puede estar allí esperando a conocerlas -Gerard y Kevin se miraron el uno al otro- Con un poco de suerte, quizás podríamos convencerlas para que viniesen a conocer a estos…-movió una de sus manos hacia los estupefactos aldeanos- amables caballeros.



- ¿Con un poco de suerte, dice? -rugió Gerard- ¡Un milagro! Eso es lo que necesitaríamos…mis hombres son bravos, fuertes y honorables, pero ninguna mujer con un poco de sentido común abandonaría lugares más cálidos y prósperos para cuidar granjas y criar animales con ninguno de ellos.

- Querido primo: la palabra clave en este caso es convencer.

- Ya, ya…¿y tú qué opinas?-dijo mirando a Kevin.



- Opino que quizás podría funcionar…-en vista del ceño fruncido de Gerard se apresuró a añadir- Probablemente no con todas, no…pero si alguna está dispuesta a venir, vale la pena el intento.

- ¡Ese es el espíritu, hermano!-gritó jubiloso Ewan.



- ¿Y qué opinan los interesados? – preguntó en voz alta Gerard.

- ¡HURRAAAA! –corearon al unísono los aldeanos.



- ¿Decíais, primo? –comentó con afectada indiferencia Ewan.



- Está bien, está bien...sois unos malditos ilusos, pero me encantará ver la cara de todas esas mujeres cuando se encuentren con un montañés de verdad, y verlas correr como alma que lleva el diablo -cruzó los brazos sobre el pecho- Bueno, y ya que estamos empezando a trazar algo parecido a un plan, permitidme que como vuestro jefe os haga una pregunta…¿a quién vamos a designar como nuestro embajador?

- ¿Y para que contentarse con una mujer cuando se puede tener a todas?

- Oh, claro…Todas-exclamó Gerard. Cuando se trataba de James, todos los temas a tratar solían verse exagerados unas mil veces.

- No me malinterpretes hermano…la mujer es una obra de arte y como tal debe ser admirada y respetada pero…una vez pasado el encanto inicial de la adquisición, su sola visión puede llevarnos a las más altas cimas del fastidio.



- Vaya ¿por qué será que no hay mujer en 100 millas a la redonda que no haya oído hablar de ti?



- ¿Sólo 100 millas?-preguntó James con fingido disgusto.

Gerard resopló con impaciencia.

- Bueno, la tarea es muy sencilla: el primo Ewan y tú vais hasta Edimburgo y ahí convencéis a esas damas de la convención para que visiten el castillo. Serán nuestras invitadas por una temporada. Una vez aquí, mis hombres podrán cortejarlas y ver si resulta algo positivo de todo ello. Creo que mis guerreros quedarán satisfechos con el intento…o al menos no podrán decir que su señor no se preocupa por su bienestar, y seguirán rindiendo en la lucha como han venido haciendo todos estos años.



- Vaya…así que pretendes que me aparezca ante un grupo de señoritas que seguramente no sepan distinguir una mula de un caballo y les diga que un puñado de hombres norteños curtidos en batalla, que al mismo tiempo no saben distinguir una flor de una rana, pretenden cortejarlas entre espadas y cuchillos. Suena muy tentador…sobre todo para mujeres que han perdido completamente el juicio.



- No te he dicho que les cuentes toda la verdad, sólo que las traigas hasta ellos…el cómo corre por tu cuenta.

- ¿Y no quieres ir tu mismo y averiguar si hay algo que a ti también te pueda interesar?

- En este caso, el bienestar de mis hombres está por encima de lo que incluso a mí me pueda interesar. Además, estoy seguro de que con tu mano izquierda para tratar asuntos de esta índole, convencerlas no te resultará tan difícil.



- Asuntos de esta índole…-prorrumpió James en carcajadas mientras se llevaba la mano al pecho- Hermanito, creo que me sobreestimas.



- No, no lo hago. Por eso irás tú. Y no tengo nada más que añadir.