Daisy, eres demasiado inocente para entender el peligro en el que te encuentras. Necesito todo mi autocontrol para mantener las manos lejos de ti. No juegues conmigo, cariño. Es demasiado fácil para ti torturarme, y estoy a punto de llegar a mi límite. Y para aclarar tus dudas... yo tengo celos de cada hombre que esté a menos de un metro de ti, de la ropa que cubre tu piel y del aire que respiras. Los celos me consumen cada momento que pasas lejos de mí.
Durante todos estos años he acumulado mil recuerdos tuyos, cada mirada, cada palabra que me has dirigido. Cuando visitaba la casa de tu familia en un día festivo, o cuando estaba invitado a cenar, apenas podía esperar para entrar por la puerta y poder verte. Tú... entre los miembros de tu familia, todos ellos tan obstinados, me gustaba ver la sutileza con que tratabas con ellos. Eres para mí todo lo que una mujer debería ser. Y te he querido cada segundo de mi vida desde que te conocí.
Ya te lo he dicho, no puedo casarme contigo, es imposible. Eso no va a cambiar. Como no cambiara el hecho de que te amo. Cielos, como te amo

Debería advertirte que la carta no será elocuente. Sin embargo, será sincera, sobre todo en el hecho de que nunca la leerás. He sentido estas palabras como un peso en mi pecho, hasta yo me encuentro asombrado, de que mi corazón pueda continuar latiendo bajo tal carga.
Te amo. Te amo desesperadamente, violentamente, tiernamente, completamente. Te quiero de los modos que sé que te sobresaltarían. Mi amor, tú no has conocido a ningún hombre como yo. En el pasado he hecho cosas que tú no aprobarías, y las he hecho diez veces. He llevado una vida de pecado inmoral. Como esto resulta, soy tal inmoral como enamorado. Peor, de hecho.
Quiero besar cada lugar suave de tu cuerpo, hacerte ruborizar y darte tanto placer que llorarás, y yo secaré cada lágrima con mis labios. Si tú sólo supieras como ansío probarte. Quiero tomarte con mis manos y boca y darme un banquete con tu cuerpo. Quiero beber tu vino y tu miel.
Te quiero debajo mí. Sobre tu espalda.
Lo Siento. Te mereces más respeto que esto. Pero no puedo dejar de pensar en ello. Tus brazos y piernas alrededor de mí. Tu boca, abierta para mis besos. Te necesito demasiado. Una vida de noches gastadas entre sus muslos no sería bastante.
Quiero recordar cada palabra que alguna vez me hayas dicho.
Si sólo yo pudiera visitarte como un extranjero entra en un nuevo país, aprender tu lengua, vagar por delante de todas las fronteras en cada lugar privado y secreto, yo me quedaría siempre. Yo me haría un ciudadano de ti.
Pensarás como es posible que en tan poco tiempo haya llegado a quererte. Te preguntarás como yo podría estar tan seguro. Pero algunas cosas no pueden ser medidas con el tiempo. Pregúntamelo en una hora desde este momento. Pregúntamelo dentro de un mes, un año, diez años, una vida. Te amo y ese sentimiento durará y seguirá por demasiado tiempo y pasara como cada calendario, como las horas de un reloj, y cada tonada de cada campana que alguna vez será tocada.

—¿El más valioso? —Vere le soltó la mano, se levantó y se dirigió a las ventanas. Miró el jardín. Luego volvió a la cama y se quedó de pie, aferrando uno de los postes—. ¿Qué hay del amor, Lydia? ¿Crees que, con el tiempo, podrías condescender graciosamente a soportar mi amor? ¿O acaso el amor es solo para los simples mortales? Tal vez los divinos Ballister lo necesitan tan poco como las deidades del Olimpo necesitaban un carruaje que los llevara a Delfos, o un navío que los transportara hasta Troya.
Lydia lo observó durante largo rato y suspiró.
—Vere, deja que te explique una cosa —dijo—. Si deseas hacerle una declaración de amor a tu esposa, la forma correcta es decir simplemente «Te quiero». No ese tono retador con tu agresividad habitual. Se supone que este es un momento tierno, y lo estás estropeando haciendo que me entren ganas de arrojarte un cubo de carbón a la cabeza.
Vere entornó los ojos y apretó los dientes.
—Te quiero —dijo con tono grave.
Lydia se llevó una mano al pecho y cerró los ojos.
—Me siento abrumada por… por algo. Creo que me voy a desmayar.
Vere volvió a su lado, le cogió las manos y la apretó con fuerza entre las suyas.
—Te quiero, Lydia —repitió con mayor dulzura—. Empecé a enamorarme de ti cuando me tiraste y di en el suelo con el trasero en Vinegar Yard. Pero no lo sabía, o no quería saberlo, hasta nuestra noche de bodas. Y entonces no soportaba la idea de decírtelo porque tú no estabas enamorada de mí. Fue una estupidez. Podrían haberte matado esta noche, y no me habría quedado ni siquiera el consuelo de haberte dicho cuánto te quiero.