—Maggie, no puedes dejarme. Eres mi esposa, y no voy a permitir que te mueras.
—Parecía estar furioso—. ¿Me oyes?
Ella quería decirle que sí, que por supuesto que le oía, igual que el resto de la casa.
—Sé que no puedes oírme —continuó él con desesperación—, pero si pudieras, te
diría que te amo. Y no te lo diría porque crea que es lo que quieres escuchar, sino
porque es verdad. Te amo.
Margaret notó que le apartaba el pelo de la frente para besarla.
—Hasta que te conocí no supe lo que era el amor —le susurró al oído—. Jamás lo
había sentido por ninguna mujer, y jamás pensé que fuera algo real ni duradero. Tú
te empeñabas en hablar de eso constantemente, pero yo nunca te creí. Pensé que
eras demasiado inocente. Pero me equivocaba. Ahora sé lo que es el amor de
verdad, y tengo miedo Maggie. Por primera vez en mi vida tengo miedo. De que
sea demasiado tarde. De que te mueras y yo tenga que vivir sin ti. Y si eso sucede,
mi vida se quedará vacía, sin color. Y ni siquiera seré capaz de suicidarme y seguir
con esa tradición tan romántica, porque claro, tú irás al cielo, y, bueno, ambos
sabemos que allí no es adonde iré yo.
Volvió a alzar la voz exasperado y se echó hacia atrás.
--¡Maldita sea, Maggie! Si te mueres, ¿quién vivirá aventuras conmigo? —Se le
quebró la voz—. ¿Con quién practicaré esgrima? ¿Quién me hará reír como tú lo
haces? ¿Quién me dirá que soy su héroe?
Ella se esforzó por abrir los ojos, y cuando lo consiguió vio que Trevor estaba de
rodillas junto a la cama, sin mirarla, con la cabeza gacha.
—Si te mueres —prosiguió, con tanta agonía en la voz que a Margaret se le partió el
corazón—, jamás podré enseñarte Egipto. Ni llevarte a montar en un globo estático.
Ni decirles a nuestras hijas que no tienen que aprender a bordar, ni a nuestros hijos
que pueden jugar en el barro siempre que quieran. Jamás podré llevarte a una isla
griega y pintarte a la luz de la luna. Quería que fuésemos a Capri este otoño, en
viaje de luna miel. Maggie... —Se le quebró la voz y le soltó la mano. Los poderosos
hombros de Trevor se abatieron como si ya no le quedaran fuerzas, y apoyó la
frente en la cama, junto a Margaret—. Te amo, y si te mueres, jamás tendré la
oportunidad de demostrártelo.
Ella sintió una alegría tan poderosa, tan sobrecogedora, que quería gritar a pleno
pulmón. Haciendo acopio de todas sus fuerzas consiguió levantar una mano y
acariciar el pelo de su marido.
—No me voy...
Él se incorporó y giró la cabeza para mirarla. La mano de ella cayó sobre la cama, y
él la atrapó entre las suyas.
—Maggie? —Se acercó un poco más, mirándola como si no terminara de creerse
que hubiera hablado.
—No me voy.., no me voy a morir —susurró—. Odio que... la heroína se muera... al
final del libro.
—Y yo —respondió él con ternura, y se acercó para darle un beso.
Ella tragó saliva y cerró los ojos unos segundos.
—Haz una cosa por mí —dijo al volver a abrirlos.
—Lo que quieras.
—Dime otra vez que me amas —susurró—. Me encantan los finales románticos.
Trevor echó la cabeza hacia atrás y se rió de alegría y alivio. Y luego se lo dijo una y
otra vez, y otra, hasta que el romántico corazón de Margaret se sintió satisfecho.

SINOPSIS

Margaret Van
Alden es una rica heredera norteamericana a la que su padre quiere casar
con un aristócrata inglés. Sin embargo, ella cree ciegamente en el amor
verdadero y no está dispuesta a sacrificar su sueño de casarse por amor
con un mero matrimonio de conveniencia.

Trevor St. James es un
vividor que ha pasado los diez últimos años de su vida en Egipto. Antes
de regresar a Inglaterra para tratar de restituir la fortuna familiar
que su hermano ha dilapidado, decide pasar una temporada en Italia. Allí
conoce a Maggie y a su padre, quien le ofrece una fortuna por contraer
matrimonio con la joven.

Cuando Margaret descubre la farsa,
Trevor se da cuenta de que quizá haya desaprovechado la última gran
oportunidad que le ofrecía el amor...

—John, yo…
—Maldita sea, estoy intentando hablar contigo, las mujeres siempre queréis hablar de cosas, ¿vas a dejar de interrumpirme para que pueda hacerlo?
Ella lo dejó estar.
—Bien, Viola, a veces me vuelves loco, realmente loco. Siempre queriendo hablar y, cuando lo intento… —Se detuvo con un sonido de exasperación—. Nadie es capaz de comprenderme como tú, y no sé por qué.
Viola luchaba por intentar borrar la sonrisa de su rostro. Una sonrisa lo arruinaría todo y las cosas empezaban a ponerse bien.
—No sé qué es, pero nadie es capaz de, con una sola mirada, ponerme contra las cuerdas. Nadie puede conseguir que se abran los cielos cuando me sonríe, nadie salvo tú, Viola. He estado con muchas mujeres en mi vida, Dios los sabe, pero sólo ha habido una capaz de hacerme recordar que tengo un corazón en el pecho, en vez de un agujero, y esa mujer eres tú.
Cualquier atisbo de sonrisa se borró de su rostro ante aquellas palabras. Él estaba siendo totalmente sincero, no había nada inteligente o divertido en sus palabras, era lo más bonito que jamás había escuchado.
John se detuvo el tiempo suficiente como para recuperar el aliento y luego continuó:
—Me encanta que tengas los ojos del color del lodo y el cabello como la luz del sol, y doy gracias a Dios todos los días por la mermelada de moras. Adoro ese hoyuelo de la comisura de tu boca y la forma en que te ríes. Adoro pelearme contigo porque me encanta hacer las paces después. Cuando te hice ese poema, aquel día en la barca, decía en serio cada una de las palabras, todas las palabras, Viola. Ningún rostro es tan bello ni tan querido para mí, ni tampoco quiero tener ningún otro, nunca más. De todos los momentos preciosos de mi vida, tú eres la única.
La miró, con ese aspecto tan apuesto y fiero, y tan resentido.
—Nadie ha escuchado nunca lo que escribo, nadie salvo tú, y puede que sea el hombre más estúpido sobre la tierra…
—Escucha, escucha —murmuró Anthony.
John lo ignoró.
—Y puede que haya tardado nueve años en darme cuenta de las cosas, pero ahora ya sé lo que es el amor, y lo sé porque tú me lo has enseñado. Te amo, no te merezco, nunca te he merecido, pero te amo. Te amo más que a mi vida.
Luego se sumió en el silencio.
Viola esperó un momento, pero él no volvió a decir nada más. Ella tosió.
—¿Has acabado? —preguntó.
Él miró a su alrededor y, de pronto, descubrió que el comedor de la posada estaba repleto de gente, y que todos los miraban. Entonces levantó la barbilla y se enderezó la corbata.
—Sí.
Dio media vuelta y se marchó, deteniéndose ante la puerta para mirarla.
—Estaré en Hammond Park —le dijo con un desafío orgulloso en la cara—. Nuestra casa, esperando a que mi mujer vuelva a donde pertenece.
Con esas palabras, abrió la puerta y salió dando un portazo.
La sala quedó en silencio, como si hubiera pasado un ángel. Dylan fue el primero en hablar:
—Bien —dijo recostándose en su silla—. No creo que tengamos que debatir más el tema; es evidente que tu marido está locamente enamorado de ti, Viola, porque ahora mismo ha quedado como un completo idiota.

-Nora, me he dado cuenta de que te necesito -dijo Mike con voz ronca.
Nora tragó saliva y se mordió el labio inferior para no hablar. Era un momento para escuchar y para rezar por que él dijera lo que ella quería oír.
-Nada de lo que ocurrió en el pasado tiene importancia, todo es mejor contigo. Yo soy mejor si tú estás conmigo -Mike le acarició los brazos, estableciendo una unión entre ambos que le alcanzó el corazón-. Te amo, Nora.
Nora tomó aire y saboreó esas palabras que tanto había deseado oír.
-No esperaba... no quería... -Mike sacudió la cabeza, agarrándola con más fuerza, como si temiera que fuera a escaparse-. Pero ha ocurrido, Nora. Lo que siento por ti es profundo, es mucho más de lo que jamás he sentido.
Morderse el labio cada vez le resultaba más difícil. Pero tenía que oír algo más, por eso prefirió seguir callada.
-Cásate conmigo, Nora. Cásate conmigo para que podamos formar una familia juntos. Sé la madre de Emily y ayúdame a darle hermanos.
Nora soltó el aire que había estado conteniendo en los pulmones.
De repente, el mundo se había vuelto más brillante, radiante.
Vio su futuro como siempre había soñado que sería. Miró a esos ojos verdes y, por primera vez, vio amor en ellos.
Sin embargo, se oyó a sí misma preguntar: -Antes de contestarte, tengo que saber una cosa, Mike. ¿Qué es lo que te ha hecho cambiar de idea?
Mike lanzó una mirada a la gente que los estaba observando antes de contestar.
-Por fin he comprendido algo muy simple.
-¿Qué?
-Tenía miedo... de amarte -Mike soltó una bocanada de aire al admitir lo que tanto tiempo le había llevado reconocer-. Tenía miedo de volver a creer en el amor, de arriesgarme. Pero hoy me he dado cuenta de que, si no me arriesgaba, iba a perderte.
Mike tiró de ella hacia sí y la estrechó en sus brazos. Cuando Nora alzó el rostro para mirarlo, él añadió con voz queda:
-Y vivir sin ti es algo que no quiero hacer.
-Mike, yo...
Mike sonrió traviesamente.
-Sí, ya sé lo que debe de estar costándote estar callada tanto tiempo. Pero aguanta un poco más, ¿de acuerdo?
Nora cerró la boca firmemente, sonrió con lágrimas en los ojos y asintió.
-Te amo, Nora -dijo él, y Nora vio la verdad en sus ojos-. ¿Quieres casarte conmigo?